2022-12-03
“Debe lucharse con todo el razonamiento contra quien, suprimiendo la ciencia. el pensamiento y el intelecto pretende afirmar algo, fuere como fuere”. (Platón).
Los sofistas no pretendían enseñar la verdad, pues no creían en ella, sino en el arte de la persuasión que era útil para acceder al poder en una democracia del siglo V a. C. donde importaba más convencer que decir la verdad. La virtud no existe, decían.
Sócrates rebatió la filosofía sofista; lo que enseñaba era la búsqueda de la verdad. Fue condenado a muerte por ello. Para Platón el hecho de la condena a muerte del hombre más sabio y virtuoso era la prueba más evidente de la perversidad de la democracia.
La democracia liberal responde a un modelo instrumentalista que solo pretende dotar a las administraciones, mediante elecciones periódicas, de instrumentos que gestionen los intereses de los grupos que controlan el Estado. La democracia, en su sentido más profundo, es “una cultura moral que tiene la finalidad de proteger la dignidad de las personas y la vida de todos los ciudadanos por lo que es imposible desligarla del bien común”.
A estos dos modelos les corresponde dos conceptos de opinión pública. El sistema democrático liberal se correlaciona con una opinión pública que no es más que un agregado de opiniones individuales que llevan a la formación de una masa amorfa de gente adiestrada y acrítica; a una democracia participativa, profunda le corresponde una ciudadanía cultivada, informada, crítica y organizada.
En la antigüedad clásica de Grecia la opinión pública se formaba en la plaza deliberando, contrastando ideas y participando los ciudadanos en la construcción del “concepto de representación social en el orden del conocimiento, de lo social y de lo político”. La noción de opinión pública surge con la Ilustración ligada a la emergencia del Estado Liberal, el capitalismo y la democracia liberal, sustentada por una clase burguesa que se reunía en cafés y salones donde generaba un estado de opinión al servicio de los intereses de su clase.
Siempre el poder ha tenido como objetivo central el control de la información. Cuando las nuevas tecnologías han permitido que ese control no fuera tan efectivo por la capacidad de acceder a ellas por otros medios alternativos para difundir otros contenidos informativos con diferentes enfoques, se recurre a una información falsa, manipuladora, con el claro objetivo de seguir dominando el poder real a través de la persuasión, la mentira y, si con esto no basta, la imposición.
Son los tiempos de la posverdad, dicen, pero no es nada nuevo, se trata de vestir la mentira con ropajes de verdad. Hay, sin embargo, recursos, medios, a veces falta convicción y pasión, para poner la razón por encima de las emociones para alcanzar la verdad.
No podemos ser cómplices, una vez más, de la muerte de Sócrates.
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