2022-11-20


Fue en el año 2.000 cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró este día como Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Se eligió el 25 de noviembre para recordar el asesinato de Patricia, Minerva y María Teresa, tres hermanas de la República Dominicana, activistas políticas, a manos de la policía secreta del dictador Rafael Trujillo.

En 2.022, al 24 de octubre, el número de mujeres muertas por violencia de género son 38 y desde que se comenzó a recopilar datos en 2003 son 1.168. Número que sería mucho mayor si se contabilizaran a otras víctimas que no mantenían una relación sentimental con su agresor o las de violencia vicaria. No sería necesario esforzarse mucho para hacer comprender a los más resistentes que esta lacra social está motivada por una mentalidad machista y patriarcal de la sociedad, si no fuera porque constantemente desde posiciones ultraconservadoras lo niegan e intentan, y en parte lo consiguen, que amplias capas sociales adopten y afirmen, ya sin cortapisas, que la violencia contra las mujeres y el asesinato de muchas de ellas no tiene nada que ver con la violencia de género.

Entre esas capas sociales están los jóvenes. El 20% de los jóvenes entre 15 y 29 años consideran que la violencia de género no existe y que se trata de un invento ideológico; cifra que se ha duplicado desde 2017. Las propias víctimas de violencia machista, en muchos casos, tanto en mujeres adultas como jóvenes, no se identifican como víctimas. Y todo ello a pesar de que según la Organización Mundial de la Salud un 30% de las mujeres han sufrido en alguna ocasión violencia física.

Tenemos un problema en nuestra sociedad porque, aún, constatando las cifras de asesinatos y de otro tipo de violencia contra las mujeres, no ya solo es negado que se identifique como violencia machista, sino que ese negacionismo cala en amplias capas de población que afecta a sectores sociales diversos tanto por edad como por posición socioeconómica.

En el campo de la antropología ha habido autores que han pretendido que las diferencias de género se fundamentaran en causas biológicas algo negado por otros antropólogos que han demostrado que la división entre hombres y mujeres está socialmente construida. Mark Dible, en una investigación de la Universidad de Londres, probó que en las tribus prehistóricas los hombres y las mujeres tenían la misma jerarquía. Es más, apuntó que la igualdad de género debió ser una ventaja para la supervivencia de la especie.

Una vez más debemos acudir a la educación para hacer frente a un problema que es ancestral pero que es urgente superar. En los sistemas educativos no basta que en su currículo incluyan la celebración de determinados días, sino que la cuestión de género debe ser transversal y al mismo tiempo central en los programas y prácticas educativas.

La gravedad del problema nos obliga a todos, incluso más que a todas.


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