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Cuando salimos del tenebroso y largo túnel de la dictadura franquista y entramos en un nuevo tiempo democrático a los jóvenes de la época, nos invadió un estado de euforia y de esperanza en los nuevos tiempos que pronto se convirtió en cierta... |
2023-03-23
Cuando salimos del tenebroso y largo túnel de la dictadura franquista y entramos en un nuevo tiempo democrático a los jóvenes de la época, nos invadió un estado de euforia y de esperanza en los nuevos tiempos que pronto se convirtió en cierta decepción porque lo que soñábamos no se cumplió, al menos como pensábamos. La alternativa a la escasa y limitada participación que permitía el régimen democrático fue el movimiento asociativo que ha ido cambiando a lo largo de las últimas cuatro décadas.
En los años setenta, coincidentes con una dictadura agonizante y el inicio de la transición democrática, apareció un movimiento vecinal que tuvo una gran incidencia en la vida de los barrios, principalmente en aquellos que se habían formado tras las migraciones de los años 60 y 70 desde el mundo rural al urbano, ocupados por obreros todavía no reconvertidos en clase media. Este movimiento vecinal y cultural fue determinante, primero para destacar las carencias de servicios básicos e infraestructuras que tenían los barrios y segundo para marcar la agenda reivindicativa en una sociedad española huérfana del llamado Estado del Bienestar. Estas asociaciones vecinales o movimientos ciudadanos daban cierta identidad y autoestima a unos barrios sin historia y tradición. De alguna manera fueron una fuente de propuestas programáticas para los partidos de izquierdas, fundamentalmente y de dotación de líderes para integrarse en las listas de los mismos partidos.
Los años 80 supusieron un desgarramiento de ese tejido asociativo por diferentes motivos que entre otros fueron los siguientes: parte de las funciones que ejercían los movimientos sociales pasaron a las administraciones, un cierto sectarismo político, la absorción de los líderes por parte de las organizaciones políticas y cierto, también, desencanto político por el incumplimiento de las expectativas que se habían despertado con la entrada del sistema democrático en nuestro país.
Hoy el asociacionismo tiene otras características: es más global, incidiendo en el ecologismo, las desigualdades sociales, las migraciones, el pacifismo…; pero, por otro lado, ha proliferado un asociacionismo más local, lúdico, deportivo, recreativo y festivo que con apoyo de subvenciones de las administraciones pretende llenar el ocio y el tiempo de ciudadanos que por lo general están decepcionados con lo político y refugiados en este tipo de actividades.
Esta deriva ha desembocado en una muy escasa participación en el ámbito de lo político y lo social que nos ha llevado a un estado de pensamiento líquido que está siendo aprovechado para que intereses, alejados de los que realmente afectan a la ciudadanía, prevalezcan y que no son más que los económicos fundamentalmente.
¿Habrá algún tipo de correlación causal entre el actual modelo asociativo con la pérdida de derechos ciudadanos?
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