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Trabajé en una residencia de la tercera edad muchos años. Lo allí vivido, lo experimentado, es un mundo. Muchos de ellos ingresan con tristes y desorientados semblantes. Otros ingresan por... |
2023-04-23
Trabajé en una residencia de la tercera edad muchos años. Lo allí vivido, lo experimentado, es un mundo. Muchos de ellos ingresan con tristes y desorientados semblantes. Otros ingresan por inevitables caídas y operaciones o para quedarse definitivamente. Se esfuerzan en levantarse por la mañana con nuestra ayuda. Muchos de ellos piensan: ¿Qué toca hoy? ¿Otro principio o el final? Simone de Beauvoir dijo que al llegar a la ancianidad no se cuenta con los medios ni con las fuerzas suficientes para gozar de la existencia en plenitud, y es entonces cuando la mera subsistencia puede convertirse en algo peor que la muerte. Pienso en ello a diario, cuando levantábamos todos esos fatigados cuerpos que deseaban la prolongación del descanso. Misma rutina, mismo despertar. Con suerte la visita de algún familiar. Cada historia tiene una cicatriz. Algunos se habían hundido en las lagunas de su mente, solo quedaban de ellos una mirada al vacío y un retorno de palabra sin sentido. ¿Qué precio tiene la prolongación de vida? ¿Por qué tantos anclajes? ¿Por qué tanto servilismo? ¿Por qué esclavizamos nuestro tiempo? ¿Por qué tanto miedo, tanta violencia, tanta vuelta de hoja para algo tan simple cómo es la vida? ¿Por qué la extrema preocupación? ¿Por qué el delirio y la misoginia racial? ¿Por qué el rechazo de una lengua? ¿Qué vejez nos espera? ¿Qué precio tendrán nuestras vidas construidas desde nuestro conocimiento hasta el punto final de nuestro sustento?
¿Adónde iremos cuando el hogar se reduzca al tamaño de una semilla? Margaret Drabble dice: “La longevidad nos ha jodido las pensiones, la conciliación entre la vida laboral y la personal, el sistema de salud, la vivienda, la felicidad. Ha jodido la propia vejez” Ser longevo no es una rifa. La vida y los años pasan, como el buen vino. Somos la cosecha de nuestras raíces y las semillas plantadas en nuestro camino. En la residencia había orquesta de llantos, risas, rezos y remembranzas. Nos miraban con misericordia, diciéndonos: ojalá nunca os veáis rechazados ni abandonados, incomprendidos y dementes. Ojalá tengáis la suficiente memoria para no dejaros engañar. Habían visto sus esperanzas apalancadas en sus sillas de ruedas, preguntándose: ¿para esto he trabajado toda mi vida? ¿Es este el precio del sobreesfuerzo? Viven con un botón rojo en el cuello para una rápida asistencia sanitaria. Hay almas que viven y mueren solas. Detrás de un rostro hay una historia. Detrás de un paso hay una herida. He sujetado la mano de un anciano en sus últimos suspiros de vida. Una residente nos dijo una vez que la vejez es un estado de ánimo. Concuerdo con esto, pero también siento una ambivalencia al respecto. Algunos desean tenerlo, pero no tienen medios para hacerlo. Yo que nunca rezo me he sorprendido hacerlo cuando los he visto implorar entre lágrimas que Dios se los lleve. He rezado incluso por nosotros, para que tengamos una vejez digna. Para un ánimo siempre in crescendo. Valor para enfrentarnos a las injusticias. Valor para la lucha igualitaria del estado. Nosotros somos su última esperanza.
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