"Un día, vi en la televisión un reportaje que confirmaba la capacidad sanadora de los árboles"

2023-02-12


Un día, vi en la televisión un reportaje que confirmaba la capacidad sanadora de los árboles pero que, lastimosamente, en la ciudad era poco probable. En un artículo, leí que el asfalto puede alcanzar los setenta y cinco grados, y que la temperatura de la hierba no superaba los cuarenta y dos grados. Esta diferencia abismal nos advierte que puede coexistir un problema entre la capacidad de oxígeno que un árbol impregna en un entorno tóxico de gas y combustible. En las ciudades, este fenómeno es llamado isla de calor. Esto causa gravedad en nuestra salud.

Estadísticas han supuesto una mayor violencia en barrios sin vegetación. En los pacientes de la UCI, así como niños hiperactivos, o personas con depresión, el hecho de ver un paisaje con vegetación a través de una ventana ayuda a colmar la inquietud interior. Yo he experimentado esa fuerza sobrenatural que los árboles emiten. Hace unos años, me aventuré a pasear por el bosque yo sola un par de horas. Sin brújula, sin mapa, dejándome guiar por el instinto, escuchando esa voz que no podemos escuchar pero que de alguna manera nos habla. Nunca en mi vida me sentí tan feliz, tan liviana, tan a salvo. Era una sensación maravillosa. El aire puro, el aroma de los pinos, la humedad de la corteza, el olor de una flor decaída.

El olor a madera, a cielo limpio. Olor a leña prendida, olor a tierra. Y sumado a todo eso, sus peculiares sonidos: ramas que crujen, el canto de las alondras, el cuco, el estornino, el herrerillo. El sonido de un susurro de hoja al caer y el latido de mi corazón en el abrigo del bosque. Creo firmemente que la naturaleza es una buena compañera de por vida. Cuando amanece, no hay nada como un rubor de sol en la colina, reflejando sus irisados tonos entre las hojas y copas de los árboles. He notado bastante la diferencia en mis viajes de montaña y mi regreso a la ciudad.

En la montaña vives de una manera más existencial, completa y entregada a la comunión espiritual. En la ciudad, el nirvana que deja un bosque o una montaña se vuelve más pequeño. Se queda guarecido en el pecho. Respiras un aire más enrarecido y asfixiante. Los pulmones parecen estrecharse.  Los árboles sufren al igual que nosotros la contaminación que inhalan. Todos esos gases quedan impregnados en sus hojas. Este hecho no deja de entristecerme. Si fuésemos más conscientes de todo lo que la naturaleza nos aporta y puede hacernos feliz, creo que no necesitaríamos la materialidad. En ese largo paseo en el bosque, decidí desconectar del mundo. Solo usaba mi móvil para fotografiar pequeños hallazgos sublimes.

Leí a Thoreau, Emerson, Baudelaire, Mary Oliver, Bill Bryson, Anne Carson y su peregrinaje a Santiago, John Muir y Machado. Observaba todo como una primera vez. Por ejemplo, la arquitectura de las casas rústicas y sus jardines llenos de vergeles donde colgaban brotes de espino, muérdagos, espinacas y lechugas. Siempre me ha gustado caminar y respirar libremente. Escribía mi andadura en mi fiel cuaderno de viaje y en las noches yo me asomaba por el balconcito de madera para escuchar el intenso silencio de la noche. Era fácil disfrutar de ello por ejemplo en los pueblos rústicos, donde emerge un riachuelo y el sonido de los grillos. Creo que no hay más paz que ésa. Si algo extraño es esa comunión con la naturaleza. Aquí, en la ciudad, apenas te da tiempo a disfrutar de ello, porque siempre se vive deprisa. Concentrados en nuestros deberes, obligaciones y quehaceres. La ciudad trasmite una vivacidad exhausta, pero tiene también su belleza propia. Aun así, nada como un reposo merecido en el corazón de un bosque.


Para dar tú opinión tienes que estar registrado.

Comments powered by CComment