31-07-2022
En la parte alta de la montaña del Turó de la Rovira en el barrio del Carmel, está uno de los miradores más bellos de Barcelona.
Para acceder a él, tienes que subir un angosto camino empedrado. Acabas exhausto, pero merece la pena llegar, porque al mirar abajo la ciudad abre su cuerpo y sus asimétricas calles. Te envuelve una sensación de plenitud y paz. Los muros derrumbados por su mitad están pintarrajeados por grafitis. En uno de los muros: una fotografía en blanco y negro dividida en varios fragmentos históricos, entre ellos, la manifestación vecinal del barrio reclamando “Queremos pisos para todos”. Este mirador fue desde los años cincuenta, una batería antiaérea. Tenía como función proteger a Barcelona de los bombardeos que proyectaban los aviones fascistas italianos. A lo largo de dos años, la ciudad fue golpeada por doscientos bombardeos, provocando miles de muertos y la destrucción de edificios. Acabada la guerra civil, el terreno que rodeaba los bunkers del Carmel fue aprovechado para la construcción de barracas. Su historia es bastante larga. Las barracas fueron construidas por la necesidad emigratoria y por la flexibilidad económica para los que tenían una vida precaria. En los años cincuenta, unos cuatrocientos mil emigrantes procedentes de distintos puntos de España vinieron a vivir a Barcelona para una mejor calidad de vida y para escapar de la pesadilla del franquismo. Diez años después de la guerra civil, hubo un manifiesto contra la emigración por la saturación de sus viviendas y el temido exterminio de las barracas. Los barraqueros lucharon años para que se les concediese luz, agua y una mejora de vida. Dormían en camastros. Se iluminaban con quinqués de petróleo y velas. Para obtener agua tenían que bajar cuesta abajo con cubos y garrafas para conseguirlo de la fuente. Pese a su precariedad forma de vida, los barraqueros se tenían los unos a los otros. Eran una familia. Se solidarizaban mutuamente. Como había mucha alfabetización, la gente de la iglesia, así como los propios vecinos, construyeron una escuela de adultos. Todo ellos ayudaron bastante a normalizar la palabra y su uso. Las barracas estaban construidas por piedra, barro y un material llamado cartón cuero. Las barracas duraron sus años y se convirtieron en polvo el día que se inauguraron los juegos olímpicos. Todos los barraqueros consiguieron realojarse en pisos decentes. La historia de las barracas del Turó es bastante interesante. Pese a sus ruinas, muchos turistas suben ahí arriba para empaparse de la belleza de la ciudad y relajarse. Ciertamente hay despojos que algún visitante no ha tenido piedad en verter. Como un esmirriado cigarro, basura y latas de refresco. Pese a eso, se te ilumina el corazón y la vista cuando te sientas en una de las piedras y lo único que ves es mucho cielo, mucha ciudad y mucha historia. Sin duda, un sitio memorable que uno no se cansa de disfrutar. Cuando visité por primera vez los bunkers, pensé: ¿Qué pueden decirme estas piedras? ¿Qué voz emana de ellas? Me gustó descubrirlo.
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