2022-01-01


La Navidad ya no es la que era. Esa magia se perdió junto al anuncio de la lotería de Navidad del calvo, como solíamos llamarlo. De niña asistía fiel a la cabalgata el día cinco de enero, intentando hacerme hueco entre la multitud. Flotaba en el ambiente una festividad única, contagiosa.

La felicidad estaba en nuestros rostros y nuestro corazón. La cabalgata era todo un acontecimiento, algo que merecía la pena presenciar, pese a la larga espera y el frio de antaño. El clamor eufórico de los niños, las bolsas de plástico preparadas para meter en ellas un buen puñado de golosinas. Los Reyes lanzaban con energía su regalo dulce y nosotros como buitres, nos tirábamos al suelo para recoger todos los caramelos posibles. La ambientación era hermosa. Carrozas artesanales, variados disfraces, los clásicos coloridos y los protagonistas de todas las películas de dibujos animados. Por todas partes había luz y color. Era como estar dentro de una animación. Después, las calles comenzaban a vaciarse para reposar sobre las camas nuestra inquietud y dormirnos a la fuerza para que los Reyes se sintiesen satisfechos y poder dejar con sigilo nuestros regalos al pie de nuestro árbol. El despertar era dulce, motivador. Se tenía la certeza de la recompensa de todo el año, cortesía del buen comportamiento. Las cartas dirigidas a los reyes eran escritas con absoluta concentración y esperanza. Romper la envoltura del regalo misterioso era todo un placer.

Siempre caían los juegos de mesa y magia, las muñecas Nenuco, las barbies, casa de muñecas, coches teledirigidos, un walkman, plastilinas, el mundo de Pinypon, etc. La felicidad sumada a la euforia del momento duraba toda la mañana. Finalmente quedaba el roscón de Reyes, dulce y esponjoso, salpicado de azúcar glass o frutas glaseadas. El interior contenía dos sorpresas. Si encontrabas un haba te tocaba comprar el próximo roscón. Si te tocaba la figurita de porcelana del Rey serías coronado con una corona de papel pintado de oro. Era gracioso encontrar en el mordisco el envoltorio de plástico que contenía la aplicada costumbre de descubrir cual había sido tu suerte. Recuerdo con nostalgia esos tiempos de ilusión e inocencia. Esa infalible felicidad en cada rostro infantil. Los latidos eufóricos de nuestro corazón. Nuestra sed de pedir y recibir. Es indudable que la Navidad provoca muchos sentimientos. Para algunos una pérdida al cumplir años. Para otros la remembranza de un encuentro y la tristeza de una silla vacía. Para algunos es fría y austera. Para otros es una fantasía. Para otros una debilidad. En algunos se manifiesta la empatía, la amabilidad y el bienaventurado deseo de decirle a todo quien se cruce en tu camino unas felices fiestas y feliz entrada de año. Las tiendas comerciales se llenan de buscadores de tesoros, algunos con anticipación. Los horarios se estiran un poco más para concebir más tiempo. Las decoraciones alumbran hasta el rostro más sombrío. Pero la Navidad y sus Reyes ya no es lo que era. La esencia no es la misma. No obstante, doy gratitud al recuerdo que esta fecha aún nos concibe año tras año.


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