|
|
2024-02-25
Larga vida al rugby
Quién me iba a decir a mí, cuando empecé a jugar al rugby en el instituto, allá por los últimos años de la década de los 70. Que en el 2024 estaríamos peor que entonces. Intentaré explicarme:
Lo que conoció un niño, que lo fui, fue
un deporte rodeado de buenos ideales y principios, tales como la disciplina, el esfuerzo,
la pertenencia a un grupo a través del amor a un deporte, el sentimiento de superación, la honestidad, la lealtad, la solidaridad, etc. Y por supuesto, todo ello envuelto en un halo de romanticismo que te hacía superar el dolor que te producían los primeros ejercicios de placaje, en un campo de piedras para el drenaje. Que se situaba entre el edificio del instituto y la pista de baloncesto, que además era de cemento. Lugar donde practicábamos el pase con el único balón que teníamos, y que tuvimos que comprar nosotros mismos. Pronto nos convertimos en un equipo, muy fuerte y cohesionado, porque creíamos que éramos unos elegidos. Que practicábamos un deporte algo raro y peculiar, pero que cuando empezabas a practicarlo, te enganchaba desde lo más profundo de tu ser, desde la emocionalidad y el sentimiento de hermandad que desarrollabas con tus compañeros. Recuerdo que jugábamos en un campo de albero, en el que, literalmente, nos achicharrábamos. Tanto que a uno de los mejores compañeros que he tenido a lo largo de los años, gran placador. Le llamábamos el “lepras” de forma cariñosa, porque las costras de las heridas y quemaduras, casi le tapaban los brazos y las rodillas. Qué sensación más agridulce me produce recordar cuando se te pegaban los vaqueros a las quemaduras del último partido.
Todo ello, quedaba mitigado por la inmensa satisfacción de hacerle el pasillo al equipo contrario y después de la ducha que limpiaba barro y sangre al unísono, con la llegada del tercer tiempo. En el que se cantaban canciones de rugby, picantes casi siempre. ¿Pero qué malo había en ello? Nada, porque en qué va a pensar un adolescente, que en aquellos años solo teníamos conocimiento del sexo a través de los chistes y los chismes entre amigos y, por supuesto, a través de la sublimación del mismo. Esos juegos, sin saberlo, nos preparaban para la vida “moderna”, que se nos venía encima, y que terminó aplastando a algunos que se apartaron del grupo. Puesto que los que seguimos adelante, siempre nos sentíamos protegidos, por esos hermanos que nos habíamos echado por el camino. Y las heridas y la sangre derramada, nos parecían el precio a pagar y que nos hacía un poco especiales, dentro de un mundo con muchas necesidades. Que compartíamos con los demás deportes, incluido el fútbol, que también jugaban en ese tipo de campos.
Ahora, en el 2024, los que quedamos. Nos adentramos en el otoño de nuestra vida. Cada uno tiene la suya, su carrera profesional, su proyecto de vida, su propia familia. Pero seguimos manteniendo ese sentimiento de hermandad, que nos sigue convirtiendo, en rara avis, en un mundo globalizado. Donde no es que se haya impuesto el individuo al grupo, que también. Si no que, además, se invisibiliza al individuo, se le difumina y con ello se le desposee de su humanidad. Llegado a este punto, nos comprometimos en crear un club de rugby, con sus escuelas, con el objetivo que trascienda todo ese sentimiento. Ahora, con más de doscientas licencias de jugadores/as, a los cuales intentamos transmitir ese sentido y esa sensación tan especial, nos encontramos que no hay más que piedras por el camino.
Pero ya nada es igual, en cuanto a campos, no tenemos. De ello se han encargado esa lacra en que se han convertido esos nuevos caciques, llamados políticos. Y nos vemos en el mejor de los casos, en hégira permanente, en busca de algún campo de fútbol, de los muchos que hay, que se encuentren disponibles a esas horas, que ninguna peña ha querido y, que sobra decir, que no se encuentran en muy buen estado. Y todo ello, transportando los palos, las protecciones y todo el atrezzo, por así decirlo, para señalizar las líneas del campo. Donde nuestros chavales, se siguen achicharrando, pero ya nada es lo mismo. Ya tampoco se canta en los terceros tiempos, que se han convertido en compartir bocadillo, en el mejor de los casos. O una cerveza, si son mayores para ello. Porque os han ido despojando del alma, poco a poco, de forma subrepticia. Y lo han hecho a través de infundir miedo, a que te etiqueten de facha, de machista, de elitista y de todos esos istas, que te liquidan, civilmente hablando. Y no protestes, porque
ese campo PÚBLICO, de la ciudad deportiva de la Diputación de Granada en Armilla, que se creó para el rugby y que así lo siguen afirmando todos los carteles informativos dentro de las mismas instalaciones.
Que llevaba abandonado casi una década, o sin casi, nos quedaremos sin él. Ahora, que entran otros en ese interminable quítate tú, para ponerme, yo. Qué supone la alternancia política en este país, y que nunca piensan más que en ellos mismos. Deciden que ese campo se va a arreglar, para que sea usado por el fútbol femenino del Granada, club de fútbol, como si nuestras jugadoras fueran menos femeninas que ellas. Pero es que encima se trata de un equipo profesional, vamos que cobran por jugar. Mientras que todos y cada uno de nuestros/as jugadores/as, no solo no cobran, sino que se tienen que pagar sus propias licencias, puesto que somos un club sin muchos recursos. Y por si todo eso fuera poco, encima ese club de fútbol, no es tal. Ya que es una sociedad anónima deportiva, que dispone no solo de un campo municipal, de uso exclusivo. Si no que, además, tienen una ciudad deportiva con varios campos, magníficamente equipada.
Todo lo cual me lleva a creer, como a Jorge Manrique, que cualquier tiempo pasado fue mejor. Aun así, no me rindo y proclamo: Larga vida al rugby.
Para dar tú opinión tienes que estar registrado.