23-10-2022


Quien me iba a decir a mi cuando hace años, bastantes, por cierto, vi esa maravillosa película que llegaría a ser premonitoria de realidad de este país. Que, por cierto, como todos los países occidentales se crea y se fundamenta, primero en principios y/o axiomas provenientes de la religión. Para, poco a poco, ir adaptándose a los hechos observables y desarrollados por la ciencia. Para muestra un botón, cuando Charles Darwin desarrolló su extraordinaria teoría de la evolución, tuvo que aguantar furibundos ataques, incluso después de su muerte.

Hasta que muchos años después, esta se impuso por su capacidad de explicar en términos científicos, lo que hasta ese momento sólo era impuesto a través de la religión como “regalo” del creador.

Decir que la ciencia es omnisciente y sin fallos, es decir una falsedad tautológica que nos llevaría a morir como Narciso. Sin embargo, siguiendo a Karl Popper en su teoría falsacionista de la ciencia, nos hace ver que para poder explicar empíricamente hechos de la naturaleza. Se debe hacer partiendo de un paradigma comúnmente aceptado, estableciendo hipótesis de trabajo que deben poner a prueba esos principios establecidos por ese modelo. Y solo cuando esa hipótesis de trabajo se impone a la anterior, después de ser probada y medida, se establecen unas conclusiones, que casi siempre acaban en el abandono de la anterior “teoría” ¿Y cuál es la mejor? Para ello hay que echar mano de la ley de parsimonia. Esto quiere decir básicamente, que es aquella que es capaz de explicar más hechos, con la mayor sencillez posible. Pero siempre, basándose en datos observables y medibles, nunca en prejuicios.

Y ustedes dirán, que a qué viene toda esa diatriba contra el creacionismo. Yo diré que no es tal, ya que el no creer, no quiere decir que por acumulación de ideas y principios que incluso podrían tener su lugar en estructuras cerebrales, crea. Si no, como se explicaría que un premio Nóbel como Francis Crick, codescubridor del ADN junto a James Watson, busque el fundamento fisiológico del alma. Lo cual es lo mismo que decir, que yo no creo en Dios, gracias a Dios. Algo que reconfortará a mi queridísima madre, sin ir más lejos.

Y ahora viene el por qué empezaba esta columna recordando esa película. Para ello, quiero que piensen en esa escena en la que los protagonistas están en el coso para ver un espectáculo de gladiadores. Y de repente surge que uno de ellos, hombre, por cierto, dice que quiere ser madre porque tiene derecho a ello. Y profundiza todavía más en ello, diciendo: desde ahora quiero que me llaméis Loreta. Entonces le preguntan el por qué, y reconoce que la razón descansa en que quiere tener hijos. A lo que los compañeros del frente popular de Judea responden, pero tú no puedes parir, por no tener matriz. A lo que contesta, no me oprimas, echándose a llorar. Entonces a una mujer de la misma organización se le enciende la bombilla y dice: no puede parir, pero si puede tener derecho a parir. Y al preguntarse sobre la utilidad de tal estupidez, responde otro compañero: es un símbolo de nuestra lucha contra la opresión.

Recordando esa escena quien no ha pensado en esa “extraordinaria” mente pensadora llamada Irene Montero y su maravillosa “ley trans”. Contra la cual tiene a los colegios de médicos y también al de psiquiatras. Una vez más la ficción supera a la realidad.


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