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... los fines de semana o en vacaciones regresaba a mi casa, me pasaba el día tocando ambas canciones en las escaleras, |
2024-03-24
Reverberaciones
Ya he hablado en alguna ocasión sobre el juglar de discoteca que un día quise ser. Entonces era —aún lo soy— un músico e intérprete manifiestamente mejorable, aunque mis limitaciones no me supusieron impedimento alguno para que lograra idear un sistema infalible con el que torturar a mis vecinos. De paso, creí haber inventado el efecto «reverb» de escalera. La cosa era bien simple: siempre que me disponía a cantar, lo hacía sentado en la escalera de casa, cuya disposición arquitectónica devolvía mi aún titubeante voz adolescente amplificada por un ligero eco, que a mí me parecía la caña.
Quizá ese mismo eco, hoy me ha rebotado el recuerdo de aquel primer año mío en el internado, en Córdoba (en la antigua Universidad Laboral, en la actualidad sede principal del distrito universitario cordobés). Era octubre de 1979, apenas un mes después del lanzamiento discográfico de Medina Azahara, cuando mi amigo y compañero de cuarto, Alfonso Salazar, trajo el primer sencillo de aquel disco, donde la cara A, evidentemente, la ocupaba «Paseando por la Mezquita». Si me paro a pensar en esa primera escucha de esta canción, siento cómo toda esa inmensidad se me mete de nuevo en mis pulmones, provocándome un leve tambaleo, como una cosquilla espumosa y reconfortante; ese momento del color del cielo, que olía tan diferente a cualquier cosa que hubiera olido hasta entonces, porque aquel «Paseando por la Mezquita» era una canción única e irrepetible. Fue de las primeras canciones que yo aprendí a la guitarra, como también ocurrió con la cara B de ese sencillo en la que estaba esta canción.
Cuando
los fines de semana o en vacaciones regresaba a mi casa, me pasaba el día tocando ambas canciones en las escaleras,
precisamente por esa sonoridad que se producía en ellas a falta de micrófono. Recuerdo que mi vecino de enfrente, el siempre recordado Diego Martínez, al escucharme cantar, sobre todo ese psicodélico «Si supieras» de la cara B, le dijo a mi tío: «Miguel, tu sobrino Juan, tiene un cante moruno sospechoso».
Años más tarde, viendo un programa de la Dos sobre The Beatles, supe que en los estudios de grabación de Abbey Road existían las llamadas «cámaras de eco», que se empleaban precisamente para conseguir ese efecto de reverberación: fenómeno acústico de reflexión que se produce en un recinto, cuando un frente de onda o campo directo incide contra las paredes, suelo y techo del mismo. Entonces, en aquel preciso momento, delante de la televisión, sufrí una inesperada descarga adrenalínica en la que vinieron a confluir el recuerdo de mis conciertos-paliza en la escalera, con la vez que lloré por la alegría —o tal vez era euforia— que me produjo escuchar por primera vez la música de The Beatles.
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