... fotograma de un sueño que Dios ha dejado colarse;

2024-04-07

 

Cursilería poética

 

Hay un solo instante cada día, una fisura imperceptible a simple vista por la que se cuela un «déjà vu», un mundo cuántico diferente, puede que paralelo, de pequeñas dimensiones, pero tan palpable y real como diminuto y efímero. No, no es nada extraño que se den sus condiciones, que coincidan sus parámetros en el tiempo y el espacio de nuestra rutina. Lo que sí es raro, es que alguien lo reconozca abiertamente; mucho más aún, que hable o escriba sobre ello. Es como esas canciones en inglés que, como si fuera un secreto a voces, parecen guardar un fragmento en nuestro idioma: una frase imposible, incluso desternillante, que escuchamos en bucle, una y otra vez, pero solo nosotros, hasta que superamos el pudor de contarlo y, entonces, todos, sin poder dejar de reír, cantamos a coro el mismo disparate. ¿O me vais a negar que en el estribillo de «Song 2» de los Blur no oís un categórico y rotundo «me lo pido primero»?

Esos fotogramas incrustados en la película que no parecen guardar conexión alguna con el previsible argumento de tu vida. Esas líneas huérfanas delatoras de un mal día, como un rastro de ropa al fondo del pasillo, o una carrilera de hormigas que, de repente, se ve interrumpida por una pesadez soporífera. O esas otras, claramente viudas que, de buena mañana, te dejan en el precipicio final de un sueño bombardeado por el zumbido del despertador, y cuyo desconcierto repiqueteará tu sien durante toda la jornada. Alguien práctico, un partidario de la empírica indagaría en busca de atascos cerebrales, desconexiones neuronales, contaminación de todos los colores posibles ensuciando la materia gris… sin encontrar una respuesta mínimamente lógica a estos (despojémoslos de la cursilería poética) cortocircuitos humanos.

A mí se me ocurre entonces, que sea precisamente por ahí, a través del intersticio que provoca esta paradoja racional, por donde termine colándosenos todo lo innecesario y superfluo, todo lo emocional, toda la suciedad cósmica que ha tardado millones de años en transformarse en una extraña, única y maravillosa perla llamada ser humano. Aunque, claro, puede que esta conclusión mía solo sea debida a un mínimo y efímero «déjà vu», surgido al haber escuchado el estribillo de una canción que se desdobla en dos idiomas, o al

fotograma de un sueño que Dios ha dejado colarse;

como si fuera una pista, un atisbo de esperanza. Aunque sé, que otros dirán que mi reflexión solo obedece a una estúpida cursilería poética.


 

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