"Eso debe ser otro tipo de equidistancia, tanto por parte de quienes hacen esa música del momento, como por parte de quienes las consumen,...

2024-07-28

 

Música para la indolencia

 

Aquí estoy como cada quincena dispuesto a pavonearme de mi melomanía, incluso a partirme la cara con quien dude del valor terapéutico de la música, a «cantarle» las cuarenta a quienes se afanan en colgarle a la vida un cartel de «prohibido el cante». Pero, como lo cortés no quita lo valiente, nunca, o casi nunca, me vais a ver danzando al son que más calienta los oídos en un determinado momento viral.

Dentro de mi «melo-manía» tengo mis manías, pero no os preocupéis, que no voy a hacer aquí un alegato en contra del reguetón ni del «nonaino» o «flamenquito apaleao», que dicen en Cádiz. Tampoco tocaré cajas destempladas contra los grupos tributo y la falta de originalidad y de nuevas propuestas musicales. Pero sí que desafinaré en medio de esta tendencia «chill out» a no arriesgarse, a repetir, una canción tras otra, la fórmula manida del éxito —comercial, que no artístico—, donde todas las canciones, con o sin «autotune», suenan igual o parecido.

Como buen melómano, soy un radical defensor, tanto de mis filias como de mis fobias musicales, lo que me lleva a situar a estos vagos y aprovechados que proliferan en los primeros puestos de las listas de éxitos, en el más infame rincón del infierno dantiano, por su «ignavia», que diría el gran poeta florentino, su tibieza creativa e interpretativa, su contribución a la indolencia del alma, incluso a la somnolencia del espíritu, entre quienes nunca se mojan en música, van a lo seguro y escuchan siempre esa canción que «lo está petando».

Eso debe ser otro tipo de equidistancia, tanto por parte de quienes hacen esa música del momento, como por parte de quienes las consumen, la tararean y hasta la bailan coreografiada en un vídeo en bucle de TikTok.

La concurrida zona de confort que llena el centro de la pista, donde pasarás desapercibido entre la multitud que baila coordinada, sin darle cabida a la improvisación o a una pizca de riesgo que te acelere el pulso y que te recuerde que estás vivo.

Porque, al fin y al cabo, estar ahí, moviendo el esqueleto con casi todos, es mucho más cómodo que ser el friki que escucha rarezas y dibuja en el último rincón de una pista semivacía, solitarios y estrambóticos pases de baile. Es más reconfortante bailar bajo las luces de colores, alumbrando de vez en cuando nuestros giros y pasos con un haz de luz blanco y potente, que transitar por la penumbra incierta de la incomprensión, en la más «underground» y desconocida de las melodías.


 

Para dar tú opinión tienes que estar registrado.

Comments powered by CComment