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2024-07-14
Guitarra y silencio
«El hombre y la guitarra se buscan, porque, tal vez, un día hombre y guitarra fueron parte de una misma estrella», decía Atahualpa Yupanqui mientras afinaba su instrumento sin ayudarse del diapasón, convencido de que en su alma de madera aún latía el árbol de donde provenía. Un latido semejante a un La, tal vez a un Mi natural.
La primera vez que Mauricio Aznar (cantante y compositor del grupo zaragozano Más Birras) escuchó a Yupanqui, fue en una cinta que le habían regalado a su madre con la compra de un tambor de detergente para la lavadora. Una cinta que él y su hermano mayor rebobinaron una y otra vez hasta aprendérsela de memoria. Aquellas canciones, pero, sobre todo, la manera de tocar la guitarra del maestro zurdo, llevaron al músico zaragozano a dejar aparcados sus rocanroles, y marcharse en un viaje iniciático por el folclore argentino criollo, lejos del tango y del acento porteño.
En concreto, fue en la ciudad de Santiago del Estero, la más antigua de todas las ciudades de Argentina, donde conoció a Carlos Carabajal, «el padre de la chacarera», quien lo acogería en su casa —una casa donde las canciones son como las camas: quien las agarra primero se las queda—, y que terminaría por pegarle el acento de su chacarera al rasguido de la guitarra de Aznar.
Ese viaje es en esencia el cuerpo de la película «La estrella azul» que el director Javier Macipe ha dedicado a la controvertida figura de este músico aragonés, que huyó de los focos justo en el momento anterior a que lo atrapara la luz de la fama, y que terminaría muriendo muy joven de manera trágica.
Durante estos días, el cantante hispano mejicano Luis Miguel, que ha ofrecido una serie de conciertos en el estadio Santiago Bernabéu, ha sido criticado en diferentes medios por su parquedad en palabras, más allá de las letras de sus canciones. Se quejaba el general del respetable por no haber recibido ni un hola, ni un gracias, ni un adiós, salvo los y las incondicionales del «crooner» latino, que sí sabían de lo habitual de su mudo proceder.
Escuchaba esta noticia sobre el «Sol de Méjico», cuando recordé la secuencia inicial de «La estrella azul», en la que Mauricio retrasa el comienzo de un concierto con su verborrea, no solo incontinente, sino además faltona, hasta el punto de indignar al público sin haber interpretado una sola canción.
Tal vez, la virtud esté en el término medio, o en la conveniencia y en la brillantez del discurso del artista, si este se alarga. Eso, o regresar a la sabiduría criolla del maestro Yupanqui, quien también decía, que el silencio es el templo necesario para aprender vida, tierra y constelación, con el que solo algunos «serán capaces de oír la voz de los dioses que transitan por la sangre de nuestra América». Como también era el silencio el que a don Carlos Carabajal le permitía escuchar a lo lejos el silbido del tren, ya que, según él, se asemejaba al Mi natural de la prima con el que solía afinar su guitarra.
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