... esta parálisis solo la sufrimos los «analógicos»,

2024-01-14

 

Modo protección

 

Nosotros, los de las casetes, los del rebobinado de recuerdos, pertenecemos a una generación que escuchaba elepés de cabo a rabo. E incluso, por puro paladeo hedonista, le dábamos la vuelta al disco o a la cinta una o dos veces más, antes de pasar a otra cosa mariposa. La música, como la literatura o el cine, daba para discos conceptuales y dobles como «The wall» de Pink Floyd, novelas de más de setecientas páginas y tres formas distintas de poder leerla como «Rayuela» de Julio Cortázar, y largometrajes que lograban que no despegáramos los ojos de la pantalla durante cerca de cuatro horas como «Lo que el viento se llevó», que contaba además con tres directores: Victor Fleming, George Cukor y Sam Wood. Entonces el éxito requería recorrer un camino; porque ser algo en la vida, ser alguien poseedor de cierta relevancia, era cuestión de esfuerzo y de tiempo, mucho tiempo.

Las nuevas tecnologías, e internet a la cabeza, han puesto a un clic de distancia tanta música, tanta lectura, tanto vídeo, que esa ingente posibilidad de elección nos produce, en este caso, el efecto contrario al deseable. En lugar de sentirnos afortunados por el inmenso abanico de posibilidades que se nos despliega ante los ojos, esto nos abruma, hasta el punto de provocarnos un bloqueo precisamente por la saturación de estímulos. Claro que,

esta parálisis solo la sufrimos los «analógicos»,

ya que los «cibernativos» de las nuevas generaciones parecen poseer un gen, una cualidad evolutiva, o quién sabe si una tara, que los libra de la angustia que a otros nos produce la libre facultad de acceso a esa, digamos, inagotable fuente de conocimiento.

A estas jóvenes generaciones, que ya nacieron «conectadas», parece habérseles atrofiado las meninges, hasta el punto de hacer permeable su cerebro a toda esa cantidad de estímulos, sin que ello les ocasione un colapso, un ataque epiléptico o, qué se yo, una explosión en la cabeza. Es como si, una vez con el teclado, el móvil o el «yoystick» en sus manos, se apagara un interruptor o, al contrario, en sus sistemas operativos se activara un «modo protección» —conocido técnicamente como déficit de atención—, que los volviera incapaces de escuchar una canción más allá de dos minutos y medio, leer un texto que supere los doscientos ochenta caracteres, o ver un vídeo que dure por encima de los treinta segundos.

Pero, como profetizaba aquella canción de Pink Floyd que pasaba de los siete minutos y medio, bienvenidos, hijos nuestros, bienvenidos a la máquina. ¿Que qué soñáis?… Es verdad, nosotros os dijimos qué soñar; así que, bienvenidos a la máquina


 

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