![]() |
|
2023-12-31
El joven nostálgico
Respiremos antes de hablar, pensémonos bien qué vamos a hacer ante las puertas abiertas a un año más, que decía Nacha Pop. Unas puertas abiertas a un lugar lleno de ruido, de injusticia, a un ambiente tan insano que dan ganas de cantar a voz en grito aquello que decía Víctor Manuel: «¡Paren el mundo que yo me bajo!»
Menudo ánimo que traigo hoy. Quién va a empezar el año con buen pie si vengo hasta aquí convertido en un trasunto de Nostradamus, repartiendo profecías del apocalipsis como el que reparte cartas en una mano a la brisca en la que pintan bastos en el palo del triunfo. Pero me hagáis o no caso, yo voy a seguir a lo mío. No me cabe en el ánimo otro proceder que no sea cuestionar cada momento, cada décima de segundo, cada sílaba, cada palabra que sale por mi boca. Poner
en tela de juicio cada instante que suceda a otro, como la incógnita que debo despejar en mi reloj particular,
y no solo cada treinta y uno de diciembre, ante la inminencia de que lleguen las doce de la noche. No se trata de llenar una fecha señalada en el calendario con buenos propósitos que nunca llegaremos a cumplir. Esto va de la vida, del reto que te marques cada día, de andar en una insatisfacción permanente que te de gasolina para hacer y deshacer todo el rato.
Pongo ahora otra canción de ese viejo casete que tanto rebobino. Otro de mis pesimistas himnos de los ochenta, «El joven nostálgico», tema perteneciente al que considero el mejor disco de Danza Invisible —Música de contrabando, un disco impecable, grabado en Londres antes de que los labios de todas las novias que tuvimos por entonces nos supieran a fresa o a pulpa de la fruta de la pasión—. Escuchaba entonces aquella canción como si los Danza se hubieran inspirado en mí a la hora de componerla. Allí estaba mi mirada neblinosa, mi alma invernal y triste, cuando mis días se regían por un tempo diferente, por un reloj ralentizado a manos de la nostalgia, por cosas que no habían ocurrido aún en mi vida y que, además, no tenían visos de que pudieran llegar a pasar, porque, efectivamente, todavía no había cogido ni el deseo ni el tranvía.
Aquel joven nostálgico aún merodea de vez en cuando mis pensamientos como un viejo fantasma, pero, la mayoría del tiempo, gracias al exorcismo de los años, la maquinaria de mi realidad, y también la de mis sueños, alimenta la búsqueda continua de ese qué se yo que me mantiene vivo, lejos de aquella insana autocompasión adolescente que me impedía avanzar hasta este presente en el que celebro cada día como si fuera el primero de un año más.
Para dar tú opinión tienes que estar registrado.