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2023-12-17
Piso de estudiantes
Si alguna vez he estado cerca de la locura, ese piso de estudiantes debía quedar a un paso. Ahora, cuarenta años, que se dice pronto, todo tiene sentido, pero entonces, aquel barrio de la Desesperanza era lo que nos podíamos permitir, tan mal señalizado, y la reticencia de los taxistas a adentrarse tras anochecer en sus calles: a la calle de La Ruina, confluencia con Desesperación y Malas Vistas». Y de inmediato te pedían que te bajaras, no sin antes, con una sonrisa forzada eso sí, disculparse.
Si alguna vez me he sentido como un animal prehistórico y desubicado, como una ballena varada en el tobogán de un parque acuático, fue en mi habitación de aquel piso,
donde pasaba las horas buscando formas en la horrible cenefa del papel de sus paredes.
Es lo que te daba tener vistas permanentes a las diez láminas de la prueba de Rorschach. Podías pasarte los días enteros, con sus noches y el «bonus track» de su insomne desesperación, pero jamás lograbas ponerles nombres y apellidos a aquellas pareidolias.
Nunca he estado tanto tiempo despierto. Entraba dentro de la lógica que aquella bruma de borracho me abandonara algún día, y no, no echo para nada de menos esa sensación de cables quemados ardiéndome en las sienes, por mucho que iluminaran las letras de unos blues extraños que me dio por componer entonces. Todavía debe andar por algún cajón perdido de mi conciencia la libreta donde las escribía: las frases salpicadas de tachones, dándole cierto empaque, o al menos evidenciando cierta dificultad o esfuerzo, y los dibujos de mis interpretaciones del papel pintado decorando los márgenes.
Ensayábamos con la banda en el salón. Mejor aferrado a mi guitarra eléctrica de cuarta mano que vareando aceitunas, pensaba, mientras volvíamos una y otra vez al puente imposible de una canción que nunca dimos por acabada. Precisamente, la inexistencia del puente nos impedía cruzar para llevarla hasta el final, por mucho que desde allí viéramos con toda claridad el estribillo reposando en la otra orilla, a la espera de una mejor ocasión, o tal vez de mejores músicos.
De repente, tocaban a la puerta. Y no, todas las veces no iban a ser los vecinos quejándose por el ruido —el del cuarto D odiaba que tocáramos de «Sympathy for the devil» de los Stones, lo que no era de extrañar si al llegar al primer «pleased to meet you» nuestra versión se convertía en una pelea de gatos entre el bajista y el batería—. La mayoría de las ocasiones era María con sus ojeras azules la que llamaba al timbre. Pero eso lo dejaremos para otro día. Me temo que esa canción está grabada en la otra cara de la cinta.
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