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JUAN CANO PEREIRA "Me quiero sentir incómodo respirando el humo de una bomba recién caída |
2025-08-15
Banalidad y silencio
Todos los días lo vemos en las cabeceras de los noticiarios varias veces: una Gaza ya totalmente reducida a escombros entre los que apenas aparecen signos de vida alguna, salvo las caras entre famélicas y asustadas, casi cadavéricas de un considerable número de niños a punto de la inanición. Un paisaje devastado, casi lunar, detrás de una nube de polvo a modo de baba fantasmagórica que lo ensucia todo con un aire de irrealidad, de mal sueño.
Y mientras escribo esto me quiero sentir sucio del polvo del derrumbe y de la ruina; me quiero sentir incómodo respirando el humo de una bomba recién caída; me quiero sentir asqueado y al borde del vómito por el insoportable hedor de la muerte y la inmundicia. Pero, por desgracia, mi mente, mis sentidos, mi cuerpo entero apenas reacciona ya ante el estímulo de la masacre más superlativa, retransmitida en directo para los habitantes del mal llamado mundo civilizado, porque todos nosotros, los orgullosos ciudadanos practicantes de la democracia, hemos banalizado la maldad ejercida por quienes han destruido Gaza y aniquilado a sus habitantes, al haberse transformado todo ello en un espectáculo cotidiano y peligrosamente anodino a este lado de las pantallas de televisión.
Por eso que, la única banda sonora que se me puede ocurrir para esta «aniquilación deliberada y sistemática de las condiciones necesarias para la vida de la población palestina» —como han señalado en un demoledor informe B’Tselem y Médicos por los Derechos Humanos— es el más absoluto y sepulcral de los silencios. Un silencio sacado del mismísimo libro del apocalipsis, con su terrorífico rechinar de dientes al que le marca el ritmo el percutir de un enorme martillo destructor, blandido por el rocoso e inapelable brazo de la parca.
Imagino ahora ese mismo lugar en un tiempo, tal vez, no muy futuro; un tiempo en el que la banalidad y el silencio haya conseguido borrar todo vestigio del pasado. Y si no lo ha logrado esa doble armadura de inhumanidad, la vergüenza, inconfesable siempre a pesar de su evidente pestilencia, se encargará de amordazar cualquier apelación a la memoria de Palestina y sus gentes, porque nadie, absolutamente nadie, se sentirá con derecho a enarbolar la bandera de las tres franjas: una negra, que representa el sufrimiento del pueblo palestino; otra blanca, por un anhelo de paz y esperanza; y una tercera de color verde, como lo fue la fértil tierra gazatí. Las tres franjas junto al triángulo rojo que se extiende como la sangre derramada a la que representa desde el lado del asta hacia el centro. En lugar de todo esto, un «Nuevo Las Vegas» construido a pachas entre Estados Unidos e Israel se llenará de jóvenes europeos inconsecuentes y medio bobos celebrando despedidas de soltero mientras juegan a las tragaperras.
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