JUAN CANO PEREIRA

 "Mientras repasábamos los hechos, disfrazándolos con expresiones en clave y eufemismos, llegamos a la conclusión de que aquel fue un tiempo para gritar,...

2024-08-25

 

Aquel grito adolescente

 

El otro día, un amigo se me disculpaba por un incidente ocurrido hace cuarenta y muchos años, cuando ambos éramos un complejo artefacto compuesto de hormonas y contradicciones siempre a punto de estallar. Es decir, lo que viene siendo unos perfectos adolescentes: seres desvalidos en nuestra condición, contrariados entre el aturdimiento y la confusión que nos ocasionaba aquella continua y vertiginosa transformación tanto de cuerpo como de alma. Individuos por hacer que, como lo cantan los Love of Lesbian en su demoledora canción, le reprochábamos al mundo y a grito pelado lo que nos estaba pasando, como si aquello no fuera el principio de un algo, sino el final de todo.

Mientras repasábamos los hechos, disfrazándolos con expresiones en clave y eufemismos, llegamos a la conclusión de que aquel fue un tiempo para gritar, mientras «este ahora sin edad» parece ser el momento idóneo para las canciones, tanto para recrearte en el redescubrimiento que nos trae su rebobinado, como para detenerte en el esfuerzo de construir un nuevo recuerdo de una nueva canción, a pesar de que la fuerza de nuestra memoria ya no es la de entonces, y de que hayamos perdido aquella extraña habilidad para estirar los momentos como un chicle: largo, muy largo, casi irrompible, y que nunca perdía su sabor.

La verdad es que, esta canción a la que me llevó la conversación con mi amigo de la infancia («Allí donde solíamos gritar»), es como una matrioshka rusa que contiene otra canción —mejor dicho, todo un himno— dentro de la canción. Porque, aunque nunca hayamos escrito «medio a oscura, sin pensar», y a pesar de nuestro limitado inglés, la letra entera del «Heroes» de Bowie, sí que nos sentimos, al menos por un instante, envueltos en la trascendencia, casi grandilocuencia del espíritu de sus versos.

Todos —cuando éramos adolescentes y también después—, porque ese grito aún parece andar atrapado en el laberinto acaracolado de nuestra cóclea, nos hemos sentido héroes de una leyenda propia, tal vez inventada. Todos hemos sido reyes del mambo por un día, tal vez solo por un instante, protegidos, al fin, por una capa de felicidad efímera y frágil, pero ¡tan auténtica!… Todos nos sacudimos, en alguna que otra ocasión y a puro grito, esa vergüenza que sentíamos por nuestra torpeza, por nuestra insignificancia, por nuestra intrascendencia. Todos fuimos héroes por un día, reyes de la nadería; adolescentes descarados, crecidos, arrogantes a veces, cegados siempre por una ira incontrolable, por una entendible falta de perspectiva y una contrastada incapacidad para conseguir ese silencio y esa paz interior que parecíamos andar buscando.


 

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