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FRANCISCO SÁNCHEZ "vínculo, que también hay que rehacer en nuestra ciudad y que caracteriza la vida y la lucha palestina, puede estar, entre Palestina y Jaén, representado por el olivo |
2025-08-15
Se escribe en estos días el último capítulo del genocidio en Palestina, normalizado con un cinismo increíble. Negando comida y medicamentos, refugio, agua potable y electricidad, Israel lleva casi dos años convirtiendo Gaza en un caldero de miseria donde se asesina, de forma masiva, como una manera brutal de empujar a que la gente se vaya de su tierra para siempre.
Pero cuando en Palestina se habla de tierra, se habla de algo muy distinto de lo que se concibe desde una óptica capitalista o mesiánica. Hace unos meses, cuando Israel todavía no había liquidado el alto el fuego e intensificando la masacre, la gente volvió en masa al norte de Gaza, dirigiéndose, con resolución, de vuelta a los escombros, a la ruina, negándose a dejar su sitio de siempre, para sorpresa de mucha gente.
Lo que pareció enseñarse es que la tierra es ni más ni menos que la vida misma, la posibilidad de hacer la vida y el medio que permite la dignidad, la idea de un hogar, una idea con la que no hay quien pueda y que se convierte en obstáculo para los planes genocidas en marcha; un obstáculo, en fin, para cuyo sostenimiento se ha puesto el mismo cuerpo, de las docenas de miles que ya están allí enterrados.
Y, aunque parezca increíble y a pesar de todo, habiendo desaparecido todo lo que podía desaparecer, parece que en Gaza no ha desaparecido la idea de comunidad. Eso, como el volver a las ruinas del sitio al que se pertenece, es también una forma activa de resistencia, cuando se trata de fastidiar los planes de quienes hablan abiertamente de limpieza étnica. Ahí, brota también la esperanza.
Debemos sacar una enseñanza si queremos encontrar una salida frente a los intentos de romper y pulverizar la colectividad que garantiza la vida en nuestras sociedades, unos intentos que están llevando al odio, al racismo y a la guerra entre los distintos fragmentos del mundo actual. Ese vínculo, que también hay que rehacer en nuestra ciudad y que caracteriza la vida y la lucha palestina, puede estar, entre Palestina y Jaén, representado por el olivo.
Por lo general, ignoramos la historia común que tenemos con los pueblos mediterráneos en particular y con el pueblo palestino, en particular: hemos sufrido la culpa de tener la cara quemada por el sol campesino, por el sol de las épocas antiguas, como dijera Pasolini. Y tenemos en común la cultura de defensa de una economía al servicio de la cultura y de la vida, la fraternidad frente a la desigualdad social y la prioridad de las fuentes de riqueza y la convivencia con la naturaleza.
Palestina no está sola. Aunque los que gobiernan les manden muerte o indiferencia, queremos mandar desde Jaén, además del compromiso de pelear también por las cosas por las que merece la pena pelear, estos versos del poeta del pueblo, Miguel Hernández:
“Sonreír con la alegre tristeza del olivo,/ esperar, no cansarse de esperar la alegría./ Sonriamos, doremos la luz de cada día/ en esta alegre y triste vanidad de ser vivo”.
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