FLORI TAPIA 

"Me estremece que haya una palabra para definir la belleza de ese momento.

2025-02-16

Montoya, no hay más mensajes

 

En un mundo en el que parece que está todo inventado, encuentro que hay palabras que aún no existen, al menos en castellano, para definir todo aquello que pensamos, sentimos o vivimos. Ya lo decía Chiquilla, aquella canción de Seguridad Social, en su estribillo: “que las palabras se quedan cortas, para decir todo lo que siento…”. Yo también me quedo sin palabras muchas veces, por ejemplo, cuando escribo un mensaje currado, emotivo, sentido, y recibo como respuesta el emoji del pulgar. Lo primero que me nace es un exabrupto que contengo, claro, porque si ya me cuesta entender la economía del lenguaje, no digamos la sustitución del mismo por un emoticono, lo mismo me da que sea un pulgar hacia arriba, un aplauso o ese gesto que me da dentera, de simular un corazón juntando los pulgares y los índices de las dos manos.  Ese, en concreto, me pone de muy mala hostia.

Hay un libro muy curioso de Miguel Ángel Blanco llamado La palabra exacta (Ed. Temas de hoy) que recoge un vasto glosario de palabras en diferentes idiomas con las que expresar emociones, sensaciones o situaciones. Hay hallazgos fabulosos, como el de la palabra mamihlapinatapai, procedente del yagán y que se emplea para describir “el momento en el que dos personas se miran con un deseo mutuo y lazo emocional […] en el que ambas desean que la otra tome la iniciativa, pero al mismo tiempo temen ser rechazadas”. Es asombroso que haya una sola palabra, larguita eso sí, para definir esa sensación de “qué nervios, maricón, si me hace la cobra me muero”, que podría ser una traducción muy coloquial referida a una situación similar.

Me gusta ojear y hojear sus páginas, entre las que también se encuentran términos más populares y bellísimos como limerencia, sakura o petricor, pero hay una, womba, que se emplea para describir la sonrisa de un niño durmiendo, en lengua bakweri.

Me estremece que haya una palabra para definir la belleza de ese momento.

WhatsApp es el escenario perfecto para la prostitución del lenguaje, no creo que sea necesario explicar el porqué: escribimos poco y mal, nos apoyamos en emoticonos que a menudo tienen un significado distinto al que queremos expresar y a veces, esta herramienta, lo mismo nos resuelve una conversación sin ganas de ver la cara del interlocutor, que nos sorprende con un bloqueo sin ningún tipo de explicación. Supongo que en algún momento se harán estudios a cerca de la forma en la que rompemos relaciones de esa manera y qué es lo que se esconde detrás de ese gesto tan accesible y asequible. Otro tipo de ghosting, o lo que antes era definido, como irse a por tabaco o despedirse a la francesa. Yo también lo he hecho en alguna ocasión, pero no es lo mismo bloquear el contacto del padre de un niño que hace tres años fue compañero del tuyo o el del carpintero que vino a arreglar el cerco de la puerta, que bloquear a alguien del entorno más cercano. He de decir que da cierto gustito la posibilidad que nos permite la aplicación de zanjar una cuestión incómoda con un simple roce del dedo sobre la pantalla del móvil. Esos bloqueos normalmente son arrebatos que por teléfono se resolverían con un “vete a la mierda” antes de colgar, y aquí paz y después gloria. También he bloqueado temporalmente a contactos con la idea de protegerme, no solo de ver o leer algo que no me apetece o no me hace bien, sino de establecer un muro de contención digital a fin de evitar que se me fuera el dedo y la liara parda cuando el nivel de saturación sobrepasaba mis límites de paciencia. Suelo avisar cuando lo hago, aunque en otras ocasiones, huelga la explicación para bloquear, desbloquear o abandonar grupos.

No sé qué intención tienen otras personas, la mía es una manera de cortar el cable de la comunicación a golpe de mensajes, pero tengo la sensación de que no se entiende de la misma forma y hay quien considera un bloqueo como una forma de exterminio. Puede ser más o menos desagradable encontrar que no hay foto de perfil y que le doble check azul no llega nunca porque no recibe los mensajes el destinatario. Debe ser una sensación parecida a la que experimentó Montoya cuando la Barneda le dijo que había imágenes para él, pero no podía verlas a cuenta de haberse saltado a la torera las normas del programa.

Lo de los grupos es aún peor. Se hacen grupos por y para cualquier cosa, y en casi todos acaba faltando o sobrando alguien que se pasa el asunto de la creación del chat por el Arco de Trajano y a la primera de cambio ya estamos con los gif de brilli brilli. Detesto especialmente esos grupos en los que se tira de artillería pastelera de luces y corazones para algo tan cotidiano como dar los buenos días, rutina que, por otro lado, cuenta con un abultado número de adeptos. Las felicitaciones y los buenos deseos pierden su gracia cuando el emisor se dedica a reenviar el mismo mensaje a diestro y siniestro. Ahí entiendo perfectamente que se haga el silencio y el destinatario se limite a eliminarlo para evitar que la memoria del teléfono se vaya llenando de destellos y tazas de café humeantes. Pues todavía habrá quien se ofenda por no seguirle el rollo de las cadenitas de la suerte, los saludos autómatas y demás fruslerías digitales.

Dan ganas de crear con todos esos contactos —cadauno de su padre y de su madre— un grupo, y ponerle de nombre el título de aquel mítico álbum en directo de Extremoduro. Sí, ese que estás pensado. Y que se apañen entre ellos.


 

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