FLORI TAPIA 

"La industria, y vuelvo al principio, no nos lo pone nada fácil.

2025-02-23

Mocha Mousse

 

La habilidad de los de Pantone para meternos los colores por los ojos es innegable. Y lo hacen categorizando y gamificando tonalidades de manera tan marketiniana que se han convertido en el caramelo que envenena a los gurús de cualquier industria que se precie.

Lo hacen con gracia, las cosas como son, porque no han inventado nada, pero manejan los hilos del arcoíris con una maestría infinita. Y cuando digo infinita, es porque lo es.

Han hecho del círculo cromático un catálogo en el que no hay espacio para el marrón. ¿Y cómo lo han hecho? Pues, poniéndole ese nombre tan sugerente, mocha mousse, al marrón de toda la vida. En esto de los colores no todo el mundo tiene la misma percepción, y no me refiero a la de los daltónicos, sino a que hay personas que no son capaces de encontrar los matices que diferencian al amarillo del ocre, o al rojo del bermellón. Ya no te digo al azul tinta del azul Klein o al rosa palo del rosa empolvado. Por norma general, a las mujeres nos cuesta menos diferenciar —inclusoinventar— nuevas tonalidades, mientras que a los hombres no les parece ningún sacrilegio confundir el turquesa con el aguamarina: a lo sumo tendrán alguna duda para escoger entre verde y azul para identificarlos. Y es que, puestos a complicarnos la vida, no tenemos límite, con lo fácil que sería meter en el mismo saco de los rojos el Valentino, el granate, el coral, o el que más me gusta a mí, el que yo llamo “rojo puta”, que podría distinguir entre un millar, con lo fácil que sería, decía, simplificar nuestra capacidad de diferenciar lo que a simple vista parece similar y evitar quebraderos de cabeza a los más pragmáticos.

Imagino que alguien pensará que estas mismas ganas de rizar el rizo la llevamos a otros extremos menos superfluos, y probablemente estaría de acuerdo en que nuestra propia naturaleza neurobiológica, la de las mujeres, tiene esa tendencia, de ahí que veamos extremada e inexplicablemente simples a los mismos a los que nos perciben endiabladamente complicadas.

La industria, y vuelvo al principio, no nos lo pone nada fácil.

Y en un gesto tan cotidiano como puede ser elegir el color de una manipedi, a mí me suelta Chang (mi manicurista chino) cinco manojos de hileras de uñas de colores sobre el mostrador para que vaya eligiendo, y podría ponerle nombre a cada una de las uñas de plástico de cada muestrario sin pestañear. Sin embargo, cada tono tiene asociado un número, de modo que resulta mucho práctico, pero nada creativo.

Esto podría encuadrarse en lo que ha dado en llamarse “problemas del primer mundo”, insultante epígrafe para los otros mundos, y para los verdaderos problemas, pero mi Veneno en flor también va un poco de eso: de permitirme frivolizar sobre cuestiones tan baladíes, que ya de las otras se encarga mi parte más espiritual.

Las garras de Pantone se extienden sobre la moda, pero también lo hacen sobre electrodomésticos, decoración, automoción, cosmética o interiorismo bautizando cada año una tonalidad distinta de su biblioteca de colores (Color Finder) con nombres como el Tangerine Tango, Marsala, Honeysuckle o Chili pepper… Ahora dile a tu marido cuando te pregunte qué quieres para tu cumpleaños, que te encantaría un vestido Very Peri o unas botas Mocha Mousse. Verás qué risa.

 

Hace muchos años, cuando teníamos la tienda, mi madre vendió como churros unas medias de cristal que vinieron sin nombre en la caja.

El color era feísimo: entre beige y marrón, pero ni uno ni otro, y decidió ponerle de nombre “color suspiro”. Se hicieron muy populares en el barrio esas medias y el boca a boca dio lugar a que todas las vecinas quisieran llevar los panties de aquel color al que mi madre puso nombre y apellido.

¿Recuerdas el principio de esta columna en la que mencionaba la influencia de los de Pantone? Pues tres cuartos de lo mismo.

Y es que el éxito muchas veces no depende tanto del producto como de la publicidad, y a la vista está que mi madre era, además de influyente, muy buena en cuestiones de marketing, sin saberlo siquiera ni darse el bombo de las Pombo.


 

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