FLORI TAPIA 

"Me dio un susto de muerte.

2025-02-25

Arde el cielo

 

Jesús Calleja me cae bien. He visto algunos de sus programas y más allá de su espíritu aventurero, me llama mucho la atención la capacidad que tiene, metido en harina, de sacar al personaje que le acompaña en su aventura, la chicha que otros no se atreven a preguntar. Lo hace como el que no quiere la cosa, como si el cotilleo no fuera con él, pero mete los dedos más allá de las amígdalas a sus invitados con una naturalidad que les desarma, y acaban desembuchando. En esas lides, el experto por excelencia era otro Jesús, El loco de la colina, al que espero que el dios de las ondas tenga su gloria. Y con un pañuelo, un piti y un micrófono delante.

Con esto de que Calleja va a viajar al espacio no me faltan ganas de mandarle un privado por Instagram, a ver si suena la flauta, y le puedo hacer un encarguito, algo del tipo “dile a Mercurio que se corte un poco, que vaya rachita lleva”, porque más cerca que va a estar él de mi planeta del alma, no lo estoy yo ni en mis meditaciones más profundas. Pero, por otro lado, me da un poco de cosa. A ver, que no es que no me crea que le vayan a lanzar al espacio, pero viniendo de Mediaset no me extrañaría que fuera un montaje como el del primer viaje a la Luna. Llámame escéptica, terraplanista, o loca del coño, pero que a mí no me cuadra, vaya.

Casi me pone más cachonda ver cómo se tiran del helicóptero los concursantes de Supervivientes que el viaje de nuestro Buzz Lightyear de El Bierzo. También te digo, que no he visto ningún superviviente como mi hermano cubano, Nilo Manrique, capaz de pescar y salar peces para un regimiento, y dar de comer, con su mojama caribeña, a todo el que llegaba al palafito, semana tras semana, hasta que se alzó ganador de su edición.

Una vez me topé con él en el pasillo de mi casa.

Me dio un susto de muerte.

Yo me había despertado para ir a trabajar y él andaba buscando un martillo para arreglar unas lamas que se habían partido en la cama de mi hijo. Dime tú, si recién levantada a las seis de la mañana, te encuentras a un morenazo en gayumbos, con una melena que le llega casi al culo y al preguntarle qué hace, te suelta que está “buscando un maltillo” y no te da un parraque. A mí me dio un ataque de risa, claro que yo juego con ventaja, porque igual que hay personas que se jactan de que no les pasa nunca nada, a mí me pasa de todo. Yo no le echo cuentas, pero la gente se asombra o directamente debe creer que se me va el pistacho cuando me pongo a hablar de cosas que considero normales, pero parece que no lo son tanto.

A todo esto, el Papa está hecho mistos, espérate tú que no tengan que aplazar el viajecito en cohete de Calleja a cuenta del share porque nos quedemos sin el representante de dios en la Tierra —¿es así como se dice, no?— antes del chupinazo espacial, que no sé hasta qué punto esto de las audiencias supondría una competencia entre uno y otro. Yo no estoy muy puesta en esos temas, menos desde que falleció mi suegra. La mujer era de quedar a merendar con las amigas de la iglesia y el obispo, que debe ser algo muy corriente entre la gente del mundillo misa, pero a mí me parecía una cosa muy seria.

Nunca le pregunté, por no parecer descarada, cómo eran esas meriendas, y como no le preguntaba yo me imaginaba a un señor entrado en carnes con los botones de la sotana a punto de estallar, luciendo un anillaco con pedrusco granate a juego con sus buenas chapetas y poniéndose morado a milhojas de merengue mientras las beatas movían un café con leche y disolvían el sobrecito de sacarina sin levantar las vista de la taza, por evitar la estampa del zampabollos con su sotana nevada a cuenta del polvillo del azúcar glass. Finaquitando el piquislabi, que es como mi suegra llamaba al piscolabis de toda la vida, con un par de rezos y un beso sobre el pedrusco del obispo, a modo de despedida. Eso me pasa por no preguntar.

He estado bicheando por curiosidad los nombres de los posibles sucesores del Papa Francisco y desde mi desconocimiento en asuntos papales, pero por la musicalidad de su nombre, estaría en condiciones de decir, Matteo Zuppi, calienta que sales.

Esto debe ser como lo del Benidorm Fest, que hay varios candidatos y no menos de un par de rondas eliminatorias, de modo que mi apuesta no tiene ningún peso, pero no me disgustaría que fuera el italiano o un filipino llamado Luis Antonio Tagle, por cuanto de cercanía y compromiso con los más necesitados parece ser que tienen, aunque tal y como está el patio, no me extrañaría el nombramiento de Raymond Leo Burke, norteamericano ultraconservador, y que tras la fumata blanca se asomara al balcón haciendo el famoso y terrible saludo que han rescatado del pasado más vergonzante los afines del tonto a las tres con nombre de pato.

Mientras tanto fantaseo con la idea de que Calleja lo goce y nos lo cuente, y con que algún día el representante de Dios sea una Mama en vez de un Papa contraviniendo la norma de Juan Pablo II, sin tener que recurrir a la leyenda de la Papisa Juana

Entre lo de Calleja y lo de Francisco, estos días, el cielo está que arde.


 

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