FLORI TAPIA 

"yo a mi abuela la volvía loca siempre con la misma retahíla

2025-08-24

Mata Mua

Mi abuela Francisca era una gran consumidora de prensa del corazón. Si ella no había ido a comprar sus revistas, me mandaba a mí a por las de los jueves. Pronto salía los lunes, pero a ella no le hacía mucha gracia. Su favorita era Semana, y compraba las otras porque siempre había algún reportaje distinto en la portada, aunque en el interior la chicha fuera casi la misma. Las leía, las releía, y hasta las comentaba en voz alta. “Nena, pobretica la Pantoja, con lo joven que es” o “mira otra vez Miti Moni, este cada día está con una, vaya con el tío payazo”. Miti Moni era como ella llamaba a Bertín Osborne, que ya entonces le caía igual que a mí ahora: como el culo.

Por aquella época, una habitual de las revistas era Tita Cervera. Yo no le veía fuste a que una señora tan sosa hubiera estado casada con Lex Barker, y menos aún con un tío tan divertido como Espartaco Santoni: no me pegaban nada, como tampoco después cuando se casó con Heini, como se refería ella en las entrevistas a Hans Heinrich, barón von Thyssen-Bornemisza, pero lo que más coraje me daba era ver el casoplón de Lugano, la finca de la Costa Brava o el yate Mata Mua, en el que posaba tan pichi navegando todos los veranos, y que no se dejara caer nunca por nuestra casa. Es que ni una carta, no me jodas.

Yo entendía que su vida fascinante de lujo y viajes fuera un impedimento para que nos hubiéramos visto, sin tener que conformarme con verla en la tele o en las revistas, hasta que harta ya de ese desapego, un día le pregunté a mi abuela que por qué la tita Cervera nunca venía a casa. Ella solo decía, ¿pero por qué tiene que venir? Y yo le argumentaba, “hombre, es que sería lo normal, no que esté todo el día por ahí y pase de su familia como de comer mierda”.

Claro, yo a mi abuela la volvía loca siempre con la misma retahíla, pero es que nadie me explicaba el porqué de ese distanciamiento, y tampoco comprendía cómo a ella le daba igual que siendo hija suya pareciera que no quisiera saber de nosotros. Y eso que era la que más se parecía a ella: las dos cobrizas, con la piel clara, y menudas.

Cómo no estaría yo de mosqueada, que ya un día le dije: “pues que sepas que, aunque te compres las revistas para verla lo suyo es que viniera ella verte a ti, igual que vienen las otras”.

¿Qué otras?, contestó mi abuela. Y tirando de ese hilo fue como descubrí que Carmen Cervera no era ni mi tía, ni hija de mi abuela, por más que al referirse a ella como tita, yo creciera pensando que era una más de mis tías, porque además todo cuadraba, el aspecto y el parentesco: la tita Pura, la tita Lola, la tita Carmen, la tita Paquita y la tita Cervera.

En cierto modo me supuso un alivio que no me tocara nada, aunque he de reconocer que tenía su punto crecer en la creencia de que tenía una tía ricachona un poco pirada que, aunque no venía nunca a vernos, se asomaba a las revistas para que supiéramos de ella. Gracias al dios del cuore, cuando se hizo conocido Tito Valverde, ya estaba yo escaldada y no coló.


 

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