FLORI TAPIA 

"me resultan más útiles.

2025-09-07

Calderilla

Me gusta llevar monedas encima. De un euro, de dos, y de tres porque no las hay. Con la que no puedo es con la de dos céntimos, no sé, la veo absurda, y la única utilidad que le encuentro es tapar los números de los cartones del bingo. No es que no me gusten los billetes, es que las monedas me resultan más útiles. Algo tiene que ver el hecho de que ya apenas disponemos de nuestro dinero en efectivo, porque hemos picado el anzuelo de la comodidad y a cambio no sabemos lo que hacen con nuestro capital, al tiempo que con el uso que hacemos de las tarjetas, regalamos información de nuestros gastos, aficiones, vicios, viajes y todo aquello que puede deducirse de los movimientos que realizamos, con un gesto tan simple como aproximar el móvil o la tarjeta a un lector. Y no es que me guste llevar la calderilla por si pasa algo, ya ves tú del apuro que pueden sacarme trece o catorce euros en monedas en caso de emergencia, sin contar con que en mi casa son muy aficionados a sisarme para unos chicles, el pan o menudencias de ese tipo, y cuando voy a echar mano, ha mermado el montoncillo, pero me mola cargar la máquina del café de la oficina con monedas, o coger el autobús con la tranquilidad de poder pagar el billete si me he quedado sin viajes en la tarjeta de transporte. Incluso dejar una propina, o comprar un par de revistas como se ha hecho toda la vida de dios.

Hace unos días se me rompió el monedero, justo la cremallera donde tengo mi chatarrilla, y me dio mucho coraje. No es que el monedero en cuestión tuviera nada de especial, salvo que me apañaba bien y podía llevarlo en cualquier bolso, incluidos esos en los que parece que apenas hay espacio para un pintalabios y un par de condones. No sé ahora si las chicas lo llevan por si algún cavernícola quiere mojar el churro sin chubasquero, pero en mi época era algo más o menos normalizado. Bueno, a lo que iba. Se me rompió el monedero y me compré otro que no acababa de gustarme, pero no había mucho donde elegir, y me ha hecho el apaño unos días.

Al volver de las vacaciones decidí recuperar uno que no usaba hacía tiempo, y al abrirlo para hacer el traspaso de mis bienes, vi que tenía fotos de mi hijo, de mi contrario, del mayor de mis sobrinos, de mis padres, tres o cuatro tarjetas de puntos de algunos establecimientos y algunos tiques en blanco que no han superado el paso del tiempo. Como poco hace cuatro años que no lo utilizo, porque no tenía ni una foto de mi otro sobrino. ¿Se siguen llevando fotos en la cartera o me he quedado desfasada? Eso es lo primero que pensé al verlo, pero creo que voy a renovar las fotos y voy a llevar ahí conmigo a la gente que más quiero, lo mismo que las tarjetas, el DNI y el carné de conducir. ¡Que haya algo de humanidad entre tanto plástico, algún billete y mis moneditas!

No puede ser que la banca —y lo que no es la banca— sepa más de nosotros que nosotros. Parece una paradoja, pero estamos vendidos con lo que compramos, y no me hace ni puta gracia. ¡Viva la calderilla!


 

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