FLORI TAPIA 

"Juan tiene una clínica que no parece una clínica. Son salas espaciosas, acristaladas, cálidas, y la sala de espera y el aseo parecen estancias de una casa rural moderna con estilo. 

2025-03-06

Maricolandia

 

“Lentejas estofadas de primero, pollo al ajillo con ensalada de quínoa, lechuga y tomate de segundo y yogur de postre” es lo que rezaba el menú del comedor del colegio al que van mis sobrinos, el miércoles pasado. Lo sé porque le pregunté a mi hermano más que nada por curiosidad, porque sea lo que sea que vayan a comer cada día los chavales (en ese cole solo hay maromos), cada vez que paso por ahí huele a sopa de sobre. Es un habitual en las listas de mejores colegios de España, debe ser que lo de reunir en las aulas a chicas y chicos no puntúa, y lo del olor a Avecrem saliendo de las cocinas, tampoco.

Iba de camino a maricolandia a que me hicieran una endodoncia, y es que el término en cuestión no tiene nada que ver con los gustos sexuales de cada uno, sino con el modo en que se crean ambientes amables y te tratan como estuvieras en familia.

Conozco a mi dentista desde antes, siquiera que soñara que algún día tendría su propia clínica. Es un tipo currante y muy cariñoso. Y a veces se pone un poco pesado cuando empieza a hacer dibujitos con el afán de que yo pueda interpretar una radiografía: lo que me va a hacer y cómo va a quedar. Tiene ese empeño el muchacho y aunque le digo “no empieces con los que esquemas, Juan” es como si tuviera esa necesidad, así que no me queda más remedio que aguantar estoicamente la “masterclass sobre estomatología para gilipollas”: pinta la muela, la encía y hasta la caries si hace falta, y dónde va a ir el perno, y todas esas cosas que a mí sinceramente me la bufan, con tal de que me apañe. Pero lo hace. Y cuando termina la explicación, antes de meterme mano, busca en su móvil “Pablo López” y me pone música que me gusta porque sabe que así se hace más llevadero el momento sillón con la boca abierta como si fuera un cine de verano.

Yo lo que peor llevo no es ni el pinchazo de la anestesia, ni el ruido del taladro, ni el aspirador tragándose mi saliva. Lo que peor llevo es no poder hablar más que por señas, porque a Juan le gusta el palique —como a mí— y lo de no poder meter baza me mata, pero lo verdaderamente angustioso es esa sensación de que se me han puesto los labios como a Yola Berrocal en cuanto empieza a hacer efecto la anestesia. Sí, sé que es solo una sensación, porque la anestesia no es ácido hialurónico, pero me pongo de los nervios al no poder controlar el frunce de mis labios a los que el tiempo que dura esa sensación, imagino como dos chistorras de Navarra.

Hay gente que lleva fatal lo de ir al dentista; sin embargo, quitando la factura, yo no lo llevo tan mal. Pero claro, quitar la factura, es mucho quitar, si no que se lo digan a cualquiera que se haya hecho un implante o haya tenido que llevar aparato: sale más barato un “todo incluido” a Xcaret que una ortodoncia, no me jodas.

Juan tiene una clínica que no parece una clínica. Son salas espaciosas, acristaladas, cálidas, y la sala de espera y el aseo parecen estancias de una casa rural moderna con estilo.  Y me recibe y se despide con dos besos y me echa un ibuprofeno en un vasito antes de que me vaya, por si empieza a dolerme de nuevo antes de que llegue a casa.  Al rato me manda un mensaje por WhatsApp para preguntarme qué tal estoy, si me molesta, esas cosas… Eso también es maricolandia, como el poner un photocall y una alfombra roja el día de la inauguración de la clínica, con un DJ y unos camareros dándolo todo.

Es de agradecer que haya personas que pongan tanto amor en lo que hacen y que intenten hacer agradable cualquier entorno hostil. Es algo que también he visto en hospitales: sanitarios que además de su formación y su experiencia ofrecen su parte más humana empatizando con las circunstancias de los pacientes y de las familias en gestos tan simples como escuchar o mantener una conversación que te haga sentir persona y no un número de habitación.

Y es que cualquier lugar puede ser maricolandia si hay alguien que quiere que el tiempo que pases allí sea lo más agradable posible. Aunque a la vuelta pases por el colegio en el que todos los días huele a Avecrem y te den ganas de vomitar.


 

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