08-05-2022
Morimos el día en que somos testigo de una injusticia y callamos. Morimos cuando nuestra dignidad es pisoteada y el silencio cómplice golpea sobre la herida. Morimos cuando somos los cooperadores silenciosos de las sinrazones. Morimos de agonía permitiendo volver a la España de los “Santos Inocentes”.
La muerte del actor Juan Diego han conmocionado a la España que añora a los grandes referentes. La España que ama sentirse orgullosa de su gente y que levanta la mano para luchar por la democracia y las libertades. Recordar a Juan Diego es conmemorar una de sus obras maestras, “Los santos inocentes”. Una radiografía certera de la España profunda. De la España de los cortijos y los señoritos. La España de las injusticias y la “milana bonita”.
Un país gris, convulso y asfixiante de los años 60 al que hoy algunas cabezas quieren volver a llevarnos. La España de Miguel Delibes es la España de las desigualdades, del maltrato al pobre, de la humillación por ser de clases obrera, y de la sumisión al señorito de escopeta en mano. Los santos inocentes de Camus es un retrato certero de una España humillada por la desgracia de ser gobernada por la tiranía de un dictador soportado por un ejército de sublimes lameculos. La España de “los de arriba y los de abajo”.
Los dignos y los indignos. Los catetos y los señoritos. Una historia sobre la injusticia social que hoy sigue removiendo conciencias. Ese país que tanto nos avergüenza a unos pocos, es el país ideal de los que quieren devolvernos a la España sumisa del nodo. Juan Diego encarnó el papel del señorito déspota que humillaba a la servidumbre. No obstante, la sombra de la España negra sobrevuela con la entrada en el Gobierno de Castilla-León de Vox.
Una pésima noticia para la democracia y las libertades. Una clara victoria de los que ven en la España de los años 60 su referente cultural y político. El Gobierno de coalición del PP y Vox ha puesto a España en la mirada de Europa. No dan crédito a la alfombra que el PP ha puesto a VOX.
Un partido que utiliza la democracia, en la que no cree, para erradicar los avances de las últimas décadas en materia de políticas sociales, servicios públicos, igualdad, mejora democrática, derechos y libertades. Los “Santos Inocentes” ponen de relieve un sistema sociopolítico nacionalcatólico. La España sumergida en una dictadura carente de futuro. Caldo de cultivo de la España vaciada que hoy lucha por sobrevivir dignamente. De aquellos lodos esta España.
De aquella moral los retazos retrógrados. Aquella España rancia quiere volver a la palestra. Una patria trufada de desigualdad. Esa no es mi España. Es la España de los que ve en la igualdad de todas las personas (mujeres y hombres) una amenaza para sus privilegios. Esa España añeja que ve en los avances en materia de derechos laborales un peligro para los intereses de los poderes que los gobiernan. El señorito de hoy día no está en el cortijo, sino que está en los consejos de administración de fondos de inversión, entidades bancarias y empresariales. Su despotismo no está tan evidente. No obstante, sigue humillando a la clase obrera. - Que ni clase se reconoce-.
Lo irónico de la situación es que, en aquellos años del franquismo y del posfranquismo, la ciudadanía era capaz de reconocer al “señorito” y sus prácticas caciquiles. Hoy besamos los zapatos del amo y le agradecemos la humillación sin pestañear.
Que los Gobierno elegidos democráticamente son gobernados por los intereses del capital es una obviedad. Que la ciudadanía está subordinada y sometida a los intereses del capital y su enriquecimiento ilícito es una obviedad. Tan obvio como que la extrema derecha radical está aprovechando “las crisis” para vender su ideología como la salvación a la patria. Un ideario político que pasa por presentar soluciones fáciles a problemas complejos.
Odiar a los más vulnerables, odiar a los diferentes, odiar al último de la fila. ¡Recordar para no olvidar, podría ser la solución! Por qué en la España del señorito ir al médico era un privilegio que había que pagar y no un derecho. Por qué en la España del señorito la educación era privativa de las clases medias altas y no un derecho. En la España de VOX; en los colegios no se puede hablar del aborto y de la homosexualidad; la educación debe ser segregada por sexos; la violencia de género es un mito; las organizaciones humanitarias deben ser erradicadas y los sindicatos ilegalizados.
En la España de VOX las mujeres presentan denuncias falsas, aunque los datos digan lo contrario. -Las denuncias falsas de casos de violencia de género no han superado el 0,007 % del total de 1.708.075 denuncias presentadas en España desde 2009 hasta 2020, según la fiscalía general del Estado. Pero en la España de VOX la verdad no importa, solamente el mantra hasta calar en el imaginario colectivo.
Una peligrosa mentira que lastra de forma estrepitosa la lucha contra las agresiones machistas, gravando el peligro al que están expuestas las mujeres amenazadas y víctimas de la violencia. Siembra la duda en la sociedad sobre la credibilidad, lo que disuade de denunciar a mujeres que no quieren que sus relatos sean puestos en cuestión. Las fuerzas negacionistas de la violencia de género son, por tanto, corresponsables de los asesinatos machistas. A los señores de VOX les incomoda que su estatus de privilegios peligre, y atacan como perros de presa cualquier política que huela a evolución y progreso.
Una versión alcanforada de la España que pensábamos superada y que vuelve a flote tras décadas agazapada en las cloacas. Es preocupante asistir al naufragio colectivo de la humanidad con los ojos tapados. La barbarie cuestiona la necesaria existencia de principios elementales como dignidad, equidad, respeto a la libertad y a la integridad física y moral de todas las personas. Principios expresados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuestionados ampliamente por la ultraderecha, sin ningún remilgo. Un poco de memoria en esta España posmoderna no haría daño.
Una o dos lecturas de Eslava Galán, Almudena Grandes o Sánchez Tostado serían útiles para recordar que no todos los tiempos pasados fueron mejores. Con la II República en España se produjo una explosión de derechos civiles en todos los ámbitos, especialmente reseñables en materia educativa. España salió del cuarto oscuro donde el poder político y la Iglesia nos tenían metidos. Pero la alegría duró poco y toda esta expresión de libertad republicana cambiaría de forma radical con el golpe de estado, la guerra civil y la llegada del franquismo y el posfranquismo al poder.
En la España de los señoritos y del franquismo- a la que Vox quiere devolvernos-, la mujer era una vasija para parir y criar mano de obra barata.
Pilar Primo de Rivera en el año 1943 resume a la perfección el papel de la mujer en la sociedad franquista: “Las mujeres nunca descubren nada, les falta talento creador, reservado por Dios para las inteligencias varoniles, nosotras no podemos hacer más que interpretar mejor o peor lo que los hombres nos dan hecho… por eso hay que apegar a la mujer con nuestra enseñanza a la labor diaria, al hijo, a la cocina, al ajuar, a la huerta, tenemos que hacer que la mujer encuentre allí toda su vida y el hombre todo su descanso”. Las mujeres son despojadas de derechos, incluido el trabajo. Como lo recoge el Decreto de 26 de julio de 1957 sobre industrias y trabajos, que prohibía a las mujeres desempeñar una larga lista de empleos. La mujer debía ocuparse del hogar, los hijos y el cuidado a los mayores.
“El miedo patrimonial y recurrente al poder, impulsa la sensación de servilismo y alimenta la incapacidad de decir no al poderoso. Delibes con “Los Santos Inocentes” nos advierte del peligro como sociedad de dejarnos caer y no luchar ante lo injusto y las adversidades.”
El derecho a la separación era una quimera para las mujeres. Durante el franquismo, solo existió la opción de separación bajo una ley que discriminaba a las mujeres al considerar que el adulterio de la esposa constituía causa legítima de separación para el hombre, y, sin embargo, en el caso del marido, solo cuando existiera escándalo público o menosprecio para la mujer. En este sentido, en el Código Penal del año 1944 aparece la figura “del parricidio por honor”. Es decir, la ley ampara el asesinato de la mujer adultera, no así, la del hombre. No fue hasta 1961 cuando pudimos acceder al mercado laboral, previa autorización del padre o del marido. Aunque el año 1981 supuso un avance importante en los derechos de la mujer, llevábamos retraso de décadas. Por primera vez se permitía tomar anticonceptivos y planificar los embarazos.
Hasta entonces ni de nuestro cuerpo éramos dueñas. Hasta 1981 la mujer no pudo administrar libremente su economía, ni abrir una cuenta bancaria, ni obtener un pasaporte o conducir sin el consentimiento del padre o del marido. Hasta 1985, estaba totalmente prohibido el aborto en España. Si sufríamos una violación, no teníamos ningún derecho a interrumpir ese embarazo no deseado. Y ya mucho más cerca, fue en 1998 cuando se nos permitió a las mujeres acceder a las Fuerzas Armadas por primera vez. Hoy puede parecer que muchos de los derechos que disfrutamos llevan siglos instaurados, pero no es cierto. Cada avance en la conquista de los derechos ha sido fruto del trabajo y los esfuerzos colectivos de los movimientos feministas. Fruto del sudor de nuestras madres y abuelas. Por tanto, cada paso atrás es una traición a sus memorias. Hoy los feminismos siguen luchando por romper la brecha de género, la brecha salarial, el techo de cristal y el suelo pegajoso que nos ata a puestos de menor responsabilidad, sueldos inferiores y condiciones laborales más precarias. Hoy en pleno siglo XXI seguimos peleando contra los micromachismos y por una educación inclusiva en valores que enseñe, por ejemplo, que el feminismo no es lo contrario al machismo. Que los feminismos persiguen la igualdad real y efectiva de todas las personas y en todos los ámbitos.
Que lo opuesto al machismo es todo caso es el hembrismo. Por tanto, los feminismos buscan la justa y necesaria igualdad entre mujeres y hombres. Ni más ni menos, igualdad. La involución en los valores de igualdad y el desconocimiento sobre los derechos humanos es una lacra muy preocupante. Para la ultraderecha los feminismos son un caballo de Troya al que destruir a toda costa. Porque constituyen una fuente inagotable de ampliación y consolidación de nuevos derechos y libertades, y un ataque frontal a su modelo totalitario y desigual (Diametralmente opuesta a la democracia).
Desde luego, no existe un movimiento social más transversal y con vocación de mayorías que los feminismos. Intentar confundir feminismo con hembrismo es una estrategia maquiavélica basada en el desconocimiento de principios muy elementales. Pero si algo es cuestionable son las tácticas de la ultraderecha para calar hondo y profundo en la conciencia de los desesperados. Para la ultraderecha el modelo de sociedad a seguir es la de antaño, con las mujeres sometidas a la voluntad de padre y marido, relegadas al ámbito privado del cuidado de la casa, a parir hijos y ser sumisas. Sujetos, también sexuales, de usar y tirar.
La sociedad del señorito, el esclavo laboral y el agradecido por los favores. Esa España negra, rancia y agria acecha en las puertas de las instituciones. Sin embargo, para ser honestos hay que indicar que la ola ultraderechista azota a Europa. Encarnada por la Hungría de Víktor Orbán, el Frente Nacional francés de Marine Lepen, la Liga Norte de Matteo Salvini, el Partido Ley y Justicia de Polonia y el VOX de Abascal en España.
Podemos preguntarnos ¿Cómo es posible que partidos de tintes anticonstitucionales, xenófobos, racistas, antidemocráticos y machistas puedan seguir ascendiendo en las instituciones de toda Europa? Quizás la repuesta sea más sencilla de lo que pensamos. En los “Santos Inocentes” de Delibes se pone sobre la mesa el “hambre” como condición necesaria para el sometimiento.
Los pobres se resignan y contestan “A mandar, que pa’ eso estamos”. En la España actual nos resignamos y contestamos “tengo que comer, lo hago” (haré turno doble, cobraré por debajo de lo legal, no estaré de alta en la seguridad social o supliré con trabajo doble la falta de personal, etc.). Hoy soportamos “esclavitudes consentidas”. Sin poder gritar, sin poder alzar la voz ante el miedo a las represiones “laborales”. Y es este miedo crónico a empeorar, a hundirnos más, lo que hace que miles de personas en situación de precariedad estructural se lancen en las manos de quienes promulgan soluciones simplistas a problemas complejos. Para el filósofo mexicano Villoro, la exclusión es el principio de la injusticia “Muchos miserables lo son por haber nacido en situaciones en que ni sus padres ni los padres de sus padres gozaron de su parte equitativa en la distribución de bienes y oportunidades. Su situación hereda una exclusión histórica”.
Esto explicaría los caladeros de la ultraderecha que ya no únicamente pescan de los señoritos a caballo, sino que encuentra su mayor nicho en la clase obrera más precaria y azotada por la miseria. La desesperación del “excluido” por sobrevivir.
Por su parte, la convocatoria de elecciones anticipadas en Andalucía para el 19 de junio nos hace pensar que la España de los señoritos pueden avanzar siguiendo el modelo de Castilla-León con PP y VOX gobernando juntos. En este sentido, no hay equidistancia posible entre el pseudofascismo y la democracia para cualquiera que de verdad defienda la palabra libertad y los derechos humanos. Y no, no estamos a salvo de una Marine Le Pen en Andalucía. Existe la posibilidad de que Macarena Olona ocupe la vicepresidencia del Gobierno de Moreno Bonilla en Andalucía.
El moderado PP de Feijoo ha abierto con desdén y descaro la puerta de par en par de las instituciones- en las que no creen- a la ultraderecha. El miedo patrimonial y recurrente al poder, impulsa la sensación de servilismo y alimenta la incapacidad de decir no al poderoso.
Delibes con “Los Santos Inocentes” nos advierte del peligro como sociedad de dejarnos caer y no luchar ante lo injusto y las adversidades. Una clara llamada de atención para no repetir los errores del pasado y caer en la España profunda del señorito y el servilismo miedoso. Delibes con su novela y Camus con su película de los Santos Inocentes hablan del pasado de una España amarga que pisotea a los de abajo y engrandece a los tiranos.
Hoy quieren revivir la España de las sombras, de los señoritos de escopeta en mano, y del regalo de la gallina al cura del pueblo. Bajo la mirada lúcida e inmisericorde de Delibes tenemos la oportunidad de reflexionar que modelos de país deseamos. Qué patria añoramos. Tal vez, el problema es que queramos ser felices a toda costa, incluida la de vivir sobre la mentira como pilar de apoyo. HenrikIbsen decía “Quítale a un hombre vulgar la mentira de la que vive y le quitarás la poca felicidad que lo sostiene”. Tenemos la oportunidad de plantar cara a quienes quieren que volvamos a la España de los “Santos Inocentes”.
Callar ante las injusticias es morir en vida. Callar ante los atropellos de los derechos humanos es ser coparticipes de los mismos. Arrodillarnos ante el amo y el señorito es condenar a nuestras próximas generaciones a la decadencia. Quizás no podamos evitar que la bestia exista. Pero si podemos evitar que entre hasta el salón con alfombra roja.
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