17-07-2022

El 19 de septiembre de 2021, tras sufrir miles de pequeños terremotos durante ocho días, se inicia la erupción del volcán de Cumbre Vieja en La Palma, la más larga de los últimos 500 años. Tras 85 días de actividad, la erupción se detuvo el 13 de diciembre, siguiendo registrándose muchos terremotos de pequeña magnitud. El final del proceso eruptivo se anunció el 25 de diciembre, un providencial regalo de Navidad.

La mayoría de estos datos, y la ola de solidaridad desplegada por la sociedad para ayudar a los damnificados, permanece en la memoria colectiva. Mas el patrón ante una desgracia o catástrofe, natural o humana, se repite: administraciones, organizaciones no gubernamentales, empresas, ciudadanos, se vuelcan para asistir a los afectados. Pero ¿hasta cuándo dura este espíritu solidario? Exceptuando quizás el trabajo de las ONGs, hasta que nuestra frágil memoria es ocupada por temas que nos atañen personalmente o por nuevas tragedias que, en un goteo incesante, se suceden una tras otra; y, en especial, cuando los medios de comunicación dejan de hablar de ellas. Aún resuenan en mis oídos los isleños suplicando a la prensa que no los olvidaran. Pero, como suele ocurrir también, han terminado cayendo en el olvido.

Sin víctimas mortales confirmadas provocadas de forma directa por la actividad volcánica, 7.000 personas fueron evacuadas y unas 2.000 perdieron su hogar. Además, los daños en infraestructuras, edificios, vehículos, agricultura, ganadería y medio ambiente se miden en inasumibles cifras de seis dígitos de millones de euros.

Pasados más de seis meses desde que la actividad volcánica se dio por extinguida, las ayudas públicas llegan “con cuentagotas” y los palmeros afectados denuncian las trabas que encuentran para poder acceder a ellas. Han pasado de ser las víctimas a las que prometían todo tipo de facilidades para salir de su delicada situación, a tener que demostrar con un “papeleo” interminable que son afectados en realidad. Unos pocos han sido realojados en viviendas proporcionadas por el Gobierno canario, pero la mayoría viven de alquiler, o en casas de familiares y amigos, o en hoteles. Demasiado tiempo ya para que esta gente se sienta desterrada en su propia isla.

Problemática similar a la de los damnificados por la pandemia de Covid 19 o por la invasión rusa a Ucrania, por reseñar las últimas desgracias que nos han sacudido. Distintas pero unidas por un factor común: tras el impacto y unánime reacción inicial todas quedan sumidas en el olvido.

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