2022-12-03


Cuando se crea una ley con la calculadora de votos en la cabeza. Cuando en vez de seguir el proceso lógico de estudio y elaboración legislativo lo que se hace es forzar la maquinaria estatal para que el resultado cuadre con lo que se tenía preconcebido en el discurso de cabecera, sin atender a las posibles consecuencias y, lo que es peor, haciendo oídos sordos a los avisos de los expertos, de los profesionales, de los eruditos en la materia, de los que han dedicado y dedican su vida a las leyes, el resultado no puede sorprender a nadie.

¿Qué podía salir mal? Pues todo. La ley que se anunció como la luz que venía a salvar al mundo jurídico de su ceguera, el azote definitivo que toda una vida llevaba esperando el universo togado, el arca de la alianza que las civilizaciones progresistas estaban implorando, la piedra normativa angular del feminismo, se ha convertido en el gran fracaso legislativo. Pero lo peor es que, cada vez que se le recuerda al Gobierno lo rematadamente mal que lo ha hecho, salen las voces mercenarias acusando de todos los males a los "jueces fascistas", a los enemigos del progresismo, y a los defensores del patriarcado, sin tener valor de mirar a las verdaderas víctimas a los ojos y reconocer que ellos son los únicos responsables.


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