es además un disolvente de nuestras relaciones sociales, que provoca enfrentamiento y dificulta la posibilidad de hacer cosas por el bien común, auténtico logro evolutivo del ser humano. 

2023-07-30


Mi hija trabaja en un lugar donde se atiende al público y me refiere la gran cantidad de personas que llegan malhumoradas, con muy malas formas e incluso agresividad, quejándose de un servicio mal prestado, y cuando ella les demuestra que en el correo electrónico que se les envió tenían toda la información y requisitos para disfrutar del servicio, en lugar de reconocer que había sido un error de ellas, encienden más aún su cólera contra los pacientes trabajadores como mi hija.

Esta anécdota, que es muy común en nuestra sociedad, contiene dos elementos que influyen directamente en la vida interior: la incapacidad de reconocer los propios errores y el malhumor.

Es muy común echar balones fuera en relación a lo que nos sale mal, lo cual redunda negativamente en nuestra vida porque dificulta notablemente la posibilidad de corregir lo que sale mal por nuestra culpa, que es lo que ocurre la mayor parte de las veces.

Pero quiero centrar mi reflexión en el malhumor, “estado de enojo o irritación”, que está tan presente en nuestras vidas y que funciona como un ácido que va degradando nuestro estado de ánimo, nuestro comportamiento y la percepción de lo que nos acontece en el día a día.

El malhumor enturbia todo lo bueno que vivimos cada día y nuestra visión para reconocer las oportunidades que nos ofrece continuamente la vida. Creo que no hay nada que justifique dejar de vivir la vida con plenitud, y eso justamente es lo que perdemos cuando nuestra mente y nuestras emociones caen bajo el secuestro del enojo y la irritación.

El malhumor es además un disolvente de nuestras relaciones sociales, que provoca enfrentamiento y dificulta la posibilidad de hacer cosas por el bien común, auténtico logro evolutivo del ser humano. De esta manera, tanto por su efecto en la vida interior como en la vida social, el mantener un estado de ánimo frecuentemente atascado en ese enfado contra el mundo nos impide disfrutar de muchos logros adquiridos durante nuestra evolución.

No pretendo dar consejos sobre cómo evitarlo, porque también lo sufro con más frecuencia de la que quisiera, pero sé que cuando se deja de alimentarlo con nuestra atención y la conciencia se coloca en otro ámbito de la realidad, su presencia tóxica comienza a disiparse.

El malhumor es como el detritus de una mala experiencia, de una mala gestión. Y con los excrementos no nos embadurnamos la cara ni de esta guisa nos relacionamos, sino que nos desprendemos de ellos adecuadamente y después nos higienizamos. En este sentido, la alegría, el trabajo desinteresado, el trato afectuoso y amable y una pizca de ternura son excelentes ingredientes para contrarrestar el ambiente cargado que deja el malhumor.


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