28-08-2022

La fatiga de materiales es un fenómeno bien conocido por los ingenieros, mediante el cual se produce la rotura de piezas sometidas a tensiones cíclicas, que suelen ser muy inferiores a la tensión límite que puede soportar en reposo.

Esta idea podría aplicarse a otros escenarios con algunos matices, invitando a una reflexión interesante. Por ejemplo, cuando se quiebra la confianza en uno mismo, la propia autoestima, cuando se disipa la determinación para alcanzar un objetivo, cuando la propia imaginación y la capacidad para encontrar una solución no acuden a nuestra mente, ¿no podríamos asemejarlo a una fatiga de materiales?

¿No hay veces que nos sentimos impotentes para activar cualquier capacidad interior, capacidad que hemos ejercido antes sin problema en muchas ocasiones? No se trata de una carencia, puesto que por experiencia sabemos que albergamos ese valor, es más bien una fatiga.

Igualmente ocurre con nuestras habilidades sociales: una pereza repentina para comunicar con los demás, sensación de vergüenza, falta de empatía, acomodamiento cobardón en un individualismo exagerado. Si nos hemos encontrado en estas situaciones tras haber vivido en el extremo opuesto, es como si efectivamente viviéramos una suerte de fatiga.

Algo similar a lo que experimentamos cuando nos sentimos incapaces de conectar en nuestro interior con esas regiones del alma donde encontramos sentido a lo que hacemos, a nuestros anhelos, a nuestra propia vida, como quizás tantas otras veces lo hemos hecho con anterioridad, ¿no se parece a esa fatiga de materiales?

Pero ¿de qué materiales hablamos? Evidentemente no se trata de acero u hormigón, ni siquiera de las biomoléculas que conforman nuestras células nerviosas, hardware de nuestra mente (aunque en numerosas patologías psiquiátricas el quiz está en estas moléculas). Es la fatiga, el agotamiento de algo mucho más sutil, el tejido del alma, la sustancia de la que están hechas nuestras virtudes, nuestros valores, nuestras capacidades interiores.

A diferencia de las piezas de un mecanismo, que cuando se parten por fatiga de materiales deben reemplazarse por otras, la fatiga del alma puede dejarse atrás, recuperando el tono vital en que se expresan nuestros valores. La fatiga reclama un poco de sosiego, de respirar hondo, de poner delante de los ojos la certeza de que esa potencia volverá a ser acto, tal cual ha sucedido muchas veces antes. Quien tuvo retuvo. ¿Nunca hemos montado en bicicleta después de mucho tiempo sin hacerlo? Pues eso, sólo es necesario dejar que alma se mueva libre, de nuevo. Y tal y como ocurre con las piezas mecánicas que sufren este efecto, el límite de nuestra vida interior supera ampliamente esa fatiga temporal, límite que seguramente no conocemos.

Para dar tú opinión tienes que estar registrado.

Comments powered by CComment