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MAMEN S. P. S.
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2024-12-01
Los niños no tienen culpa
Los niños no tienen culpa de nada. De nada, en absoluto. De nada de lo que les sucede. Los niños-as no tienen culpa si su padre, asesina a su madre, o al revés. Los niños-as no han cometido ningún pecado por venir a este mundo. Los niños-as no tienen culpa de que el sistema requiera una preparación o formación académica, y que, por tener un código postal determinado, tengan que sentir que sus sueños no son realizables.
Los niños-as no tienen culpa de que los mandatarios totalitarios, los dirigentes insensatos y absurdos, viciados en la autodestrucción de este mundo, vivan confabulando como enfermos de avaricia, luchando por sus egos en una tierra que no les pertenece. Pero que no le pertenece, a nadie, ni a ellos, ni a nadie. Pero son los niños-as quienes no tienen culpa de nada.
¿De qué tiene culpa una criatura? ¿Acaso los niños-as son malas personas? ¿Han infringido alguna ley en su infancia? ¿O quizás, los niños-as son merecedores de que adultos, faltos de entendederas y muy sobrados de maldad, les hagan crecer en el infierno de una guerra? Es más, según estudios, un niño y una niña, en su más tierna infancia, no tienen conciencia de hacer nada malo, ¿por qué algunos depravados-as con absoluta conciencia matan, asesinan, violan, maltratan, agreden o secuestran a niños y niñas?
Todos los calvarios siempre tienen un comienzo y un final, porque el dolor no dura para siempre, como todo.
Pero a veces, el transcurso que transcurre entre el alfa y el omega, que bien podría ser una vida, se hace insufrible. Y, aun así, con las miradas bajas y los silencios en todos esos días y esas noches de oscuridad, no dejan de ser niños y niñas.
Niños y niñas que en ocasiones son abandonados por sus engendradores, acepción más adecuada a estos genitores irresponsables que sufren para el resto de sus días demasiadas faltas por el hecho de que el acto sexual de turno les haya destrozado la vida marcándoles su infancia o adolescencia.
A ellos, a los niños-as, si de algo se les puede acusar, es de ser inocentes.
Dice textualmente la Ley de la Infancia: “Tiene por finalidad garantizar a los niños, a las niñas y a los adolescentes su pleno y armonioso desarrollo para que crezcan en el seno de la familia y de la comunidad, en un ambiente de felicidad, amor y comprensión. Prevalecerá el reconocimiento a la igualdad y la dignidad humana, sin discriminación humana”.
Además, en el artículo 39 de la Constitución española, está escrito: “Los poderes públicos aseguran la protección social, económica y jurídica de la familia. Los poderes públicos aseguran, asimismo, la protección integral de los hijos, iguales éstos ante la ley, con independencia de su filiación, y de las madres, cualquiera que sea su estado civil”.
Y para más inri, recientemente hace 3 años, el día 5 de junio, fue aprobado en el Boletín Oficial del Estado la Ley Orgánica 8/2021, de 4 de junio, con la que se hacía hincapié con más fuerza una resistencia a la violencia protegiendo a la infancia y la adolescencia con la bautizada popularmente como “Ley Rhodes”, a raíz de que el conocido pianista, James Edward Rhodes, que además es escritor y filántropo, que, aunque sea de naturaleza británico ha sido aceptada su solicitud de cambio de nacionalidad, y es español, ha denunciado públicamente sus relatos de vida, y por ello ayuda y colabora contra los abusos sexuales en la infancia.
Entonces, si las leyes para la protección de los menores están escritas, ¿dónde están los fallos? Lo escribo en plural, porque muchos organismos deben de ser los que fallen para que un niño o una niña padezcan lo indecible. ¿Dónde está la lección y para quién?
No podemos mirar a otro lado, porque esos fallos son condenas de por vida para esos niños y niñas. La infancia es los pilares sobre los que se edificará la persona adulta. Protejamos ese tesoro.
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