31-07-2022

Las tensiones inflacionistas siempre han afectado a las expectativas que se han generado en un futuro.

El miedo al pensar que los precios se elevarían y así no poder disponer de mercancía e incluso de no tener el margen de beneficio deseado, ha generado la necesidad de evitar hacer la compra más cara por tener limitada la renta, y por ello como resultado de dicha operación la capacidad de ahorro decrece o incluso se ve anulada.

A pesar de los desastres que nos atañen continuamente en este siglo XXI esto no es nuevo para la sociedad española, esto forma parte de un tiempo cíclico que se repite a pesar de los siglos. Ya a mediados del siglo XVIII hay constancia de que la inflación fue provocada por las comunes guerras, las cuales se alargaban en el tiempo, al mismo tiempo se produjo un aumento de plata mejicana que elevó la emisión de vales reales que todo mezclado generó una tensión inflacionista mayor que los anhelados deseos de paz.

Lo peor es que el valor del papel moneda cayó empicado y su valor era mínimo. Pero los desastres no cesaban, y España no flotaba, al contrario, se hundía en su desastre económico, entre las aguas agitadas de las controversias con Francia y Gran Bretaña. Había más cantidad de dinero circulando en vales reales que la cantidad real de lo que habían acuñado las cecas españolas en sus tres últimas décadas. Por lo que la depreciación de dichos vales bajó en tan solo siete años de un 22% al 75% de su valor.

La crisis económica estaba servida en bandeja de papel, y además acompañada de unas malas cosechas, lo peor: la crisis era una afrenta gravísima. Los gastos triplicaban los ingresos. Y el monarca de aquellos años, no advirtió otra salida que hipotecar España en manos francesas. Y allí estaba Napoleón, el mejor estratega conocido.

Parece ser que este país siempre ha recurrido al socorro extranjero, como el que se agarra a un clavo ardiendo, sin pensar en las consecuencias que le sobrevenían al pueblo que era en realidad quien soportaba la crisis. Pero para el monarca era más fácil mirarse su ombligo y huir, dejando a los españoles luchar por su pan contra los “gabachos”.

Hay que aprender, cosa que no hacemos, la historia nos muestra muchas lecciones, y además repetidas. El problema es nuestro al no querer aprenderlas o saber de ellas. Quizás hacer que nos chupamos el dedo, o mirar a otro lado nos convenga, pero ay de ese momento en que se diga: ¡BASTA! Dicho queda.

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