17-07-2022
Municipio de Huesca con mucha historia, en cuya población se encuentra ubicada la estación de ferrocarril que casi limita con Francia, inaugurada un 18 de julio de 1928 en el pirineo aragonés. Muy aparte de ser esta estación un punto estratégico de comunicación de España con Francia se ha creado a su alrededor un mundo a medio informar generando un halo de misterio a medio decir.
Todo, o casi todo lo que se conoce de esta ubicación está amparado por el “parece ser” o el “según dicen”, pues el misterio de los espías en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, los mismos que pasaban información a los franceses y a los ingleses, marcaron un incesante trasiego de personas y mercancías.
Mujeres y hombres insignes que con su labor salvaron miles de vidas. Éstos tenían nombre y apellido como la que era hija del vigilante de seguridad del túnel ferroviario, Joaquín Pardo, amigo de Albert le Lay jefe en Canfranc de la aduana francesa desde 1940. Lola Pardo García, una espía que, tras 60 años de silencio y casada con un guardia civil para más inri, tuvo su misión oculta. Tras quedarse viuda, revela y añade información real y en primera persona en la presentación que hizo Ramón J. Campo del libro “El oro de Canfranc” en 2002, como que traspasaba averiguaciones sobre identidades de personas a liberar, sobre el wolframio, sobre las mercancías que llevaban los trenes, desde Canfranc hasta Zaragoza cuyo destino era Madrid y Lisboa.
Acudir a los eventos que celebraba la Waffen SS y tener una cotidiana relación con los misteriosos alemanes que rondaban por la estación complicaba la labor, pero era necesaria para conseguir el fin del espionaje, la libertad de los yugos nazis. Todo esto siendo modista, una tapadera excelente, ayudada por supuesto del estatus que tenían sus hermanas casadas y novias con guardias civiles y carabineros.
Simone Caussenare también fue una espía a reseñar, ya que, siendo su padre jefe de la estación de Canfranc, acompañaba siendo una niña a su madre a pasar mensajes como parte de la red de espías.
Con peor suerte acabaron otros espías, que fueron condenados por el Tribunal Militar español a prisión entre 2 y 6 años, desamparados y juzgados por el artículo 288 del Código Militar, por “recopilar información contra una nación amiga (Alemania), y poner en peligro la seguridad de España”, como fueron Andrés Richard, Juan Astier, Andrés Londón y Xabier Landaburu.
El dictador español de la época recibió la gratificación por parte de los alemanes adecuada a su colaboración, por supuesto. Perseguir, espiar y atrapar a los espías tenía un precio. Por lo que dicha subvención fue pagada al dictador español con algunas que otras arcas cargadas de oro, el mismo metal que le habían robado a los judíos de sus casas y en los campos de concentración, las cuales viajaron en los vagones de los trenes por las vías de Canfranc, con muchas más.
Todo tiene un precio, incluso el de aceptar el pago con el vil metal robado a los que eran asesinados en los campos de exterminio. Dime con quien andas y te diré quién eres…
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