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“Es curioso cómo nos encandilamos cuando ejercemos como turistas fuera de nuestro país y vanagloriamos ese... |
2023-06-04
Es curioso cómo nos encandilamos cuando ejercemos como turistas fuera de nuestro país y vanagloriamos ese sencillo carro relleno de tierra que adornado de plantas coloridas está posicionado junto a un cartel señalizando unas ruinas de tiempos atrás poniendo en valor la historia de la tierra que pisamos.
También es curioso como al regresar a nuestro país observo el mayor de los desconocimientos referente a nuestra reciente historia sin saber de su existencia fascinados por la del prójimo. Como es el caso de Goya. Ese maestro donde los haya en este orbe, esa figura de un gran e insigne pintor español olvidada en un cementerio francés, muerto en Burdeos porque la política le empujó a exiliarse por no querer “comulgar con ruedas de molino”.
No sé si sabrán que parte de los restos de Francisco de Goya y Lucientes, en la actualidad, se encuentran enterrados junto a los de su consuegro y amigo Martín Miguel Goicoechea (comerciante navarro de tejidos), en la ermita de San Antonio de la Florida en Madrid. Y señalo “parte”, porque su cabeza no le acompaña.
Este hecho fue descubierto por casualidad, aunque en realidad “la casualidad” no existe, y fue el destino el que envió al cónsul de España en Burdeos, Joaquín Pereyra, al cementerio francés de La Chartreuse para visitar la tumba de su esposa cuando descubrió que el magnífico Goya se encontraba sepultado y olvidado en tierra francesa además de en una tumba muy mal pertrechada.
Tras solicitar los pertinentes permisos y ponerse en contacto con las autoridades al cargo, ya que en dicho momento quiso hacer patria, solicitó se abriese la tumba para agilizar el procedimiento. Pero la ley va mucho más lenta que unos picos y unas palas, y demoraron la exhumación legal unos cuatro años desde el descubrimiento del cónsul. La oficialidad tardó ocho largos años en redactar un informe en el que se dio explicaciones de los restos abiertos, con la notoriedad de que el ataúd forrado de zinc pertenecía a Goicoechea (cuerpo completo), y una simple caja de madera que correspondía al pintor donde no se encontraba la cabeza, aunque el gorro marrón de seda con que había sido enterrado sí. Goya, había sido decapitado tras su muerte.
La historia no está clara.
Y fue en 1891 cuando se le concedió al cónsul Pereyra permiso para trasladar los restos de Goya a Madrid. Pero ante tal disyuntiva de semejante hallazgo, la tumba vuelve a ser cerrada y hasta ocho años después, en la noche del 5 de junio de 1899, los restos de Goya viajan en tren atravesando la frontera franco-española.
Goya en primera instancia será llevado a una cripta de la Colegiata de San Isidro, en Madrid. Donde tras el inadecuado lugar por desmerecido, deciden otorgarle otro descanso en la Ermita de San Isidro, compartiendo mausoleo con su amigo Moratín, y otros dos señores más, y cementerio con Pepita Tudó (la maja vestida y desnuda). Las vueltas que da la vida y la muerte. Pero no fue ese el destino final, y diecinueve años después los restos del pintor son trasladados junto con los de su consuegro a la ermita de San Antonio de la Florida, en Madrid, bajo la bóveda cuyos frescos había pintado en 1797.
De su cráneo en realidad no se sabe nada fehaciente, achacándose su hurto a una práctica novedosa en aquellos tiempos, llamada frenología, y muchas elucubraciones más. Con permiso o sin el permiso del maestro, Goya fue defenestrado. Tangible es la existencia de un cuadro donde se identifica el cráneo pintado como el de Goya, por Dionisio Fierros en 1849, en cuya parte posterior del lienzo reza: “El cráneo de Goya pintado por Fierros en 1849”. Esta es la historia que hoy observo para vosotros, sin carro, sin plantas y sin letreros, pero sin con la reivindicación de que no debemos de buscar en las historias de fuera lo que ya tenemos en la nuestra. Gracias.
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