23-10-2022


Salvando estás últimas décadas democráticas y algunos años de treguas entre guerras, definía Galdós el mapa de nuestro país durante los últimos siglos, no como una carta geográfica sino como el plan estratégico de una batalla sin fin.

En estos días ha visto la luz la ley de la memoria democrática. Al margen del derecho de todos a la verdad, la justicia, la memoria de las víctimas y sus posibles reparaciones, está ley tiene la importante pretensión de no repetir cualquier forma de violencia y totalitarismo. A tal fin la sección 3ª del capítulo IV recoge, con una finalidad pedagógica de fomento de los valores democráticos y de convivencia, distintas medidas relacionadas con los diferentes ámbitos educativos y de formación del profesorado, la investigación, divulgación y otras formas de sensibilización. El objetivo, según sus creadores, es promover, fomentar y garantizar en la ciudadanía el conocimiento de la historia democrática española y la lucha por los valores y libertades democráticas.

Todo esto está muy bien y puede ser el camino, pero la situación al día de hoy sigue siendo la división de los españoles y sus dirigentes sobre este asunto, pensando más en el interés partidario y en contentar a sus seguidores que en la altísima meta pretendida por la norma. Llenemos el debate de más razones y menos improperios.

Es bueno que la verdad aflore y haya justicia, pero es aún mejor perdonar y superar el resentimiento. Necesitamos cuanto antes avanzar en un nuevo modelo de convivencia, una cultura de paz apartada de fanatismos, lejos de creencias limitantes y miedos. Cuando no sea posible desde el perdón, al menos desde la aceptación. Habrá personas que pretenderán herirnos, pero puede que estén siendo utilizadas. Debemos esforzarnos todos por comprender y ser tolerantes para evitar el resentimiento; revivir el dolor una y otra vez, nos daña a nosotros más que a nadie y es el germen de la violencia.

El abuelo Ramón, concejal democrático, fue fusilado, enterrado y olvidado por la intolerancia vestida de miedo. Aquellos que aún no han condenado su asesinato, no son sus asesinos, ni por ello son malas personas y mucho menos me han hecho daño alguno. Somos la primera generación de españoles que no se mata entre sí y esto lo hemos conseguido entre todos.

Necesitamos promover valores comunes desde la integración y el respeto, pero, sobre todo, desde la grandeza que han supuesto las conquistas sociales alcanzadas. Estas tienen que motivarnos para afrontar nuevos retos. Ahora disponemos de los mejores formados, solo nos queda la fe por conquistarla: Una España y todas las que todos queramos.


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