Y sentía al salvar las horas, que se iba a morir, se portó como un hombre, con gran afectuosidad. 
El beso que le di, cuando yo estaba a punto de...

2023-06-18


Una silenciosa tarde de un 22 de noviembre, durante un paseo largo con un amigo de la infancia, que son los amigos que no se olvidan, que se mantienen siempre, donde las historias van unidas a los recuerdos… y que estas y estos, tampoco, nunca se olvidan.

Hablando con él me desveló una conversación de un compañero suyo que sufrió una terrible y ostentosa herida, realizando su servicio militar. Me decía; yo fui quien le acompañó todo ese tiempo, y él me hablaba de todas sus cosas y se tranquilizaba junto a mí. Quiso que yo fuese para él, el todo en el que ponía su confianza, quedando autorizado siempre a hablar de su desdichada situación en la que sufrió heridas. Estas eran muy dolorosas y difícil, de que tuvieran una recuperación con la rapidez que todos queríamos y poníamos la esperanza cada día.

Quiso este muchacho, que, mi amigo, leyera un capítulo del nuevo testamento. Yo presté toda mi atención en su relato. Con las manos atrás escuchando y avizor a cuanto transcurría.

Mientras, él le decía con voz de ayudarle, qué capítulo le voy a leer, dijo, el que usted quiera. Abrí el libro al azar. Ese mismo, dijo él. Y empecé a leerle el capítulo que narra las últimas horas de Jesucristo, y las escenas de la muerte.

El pobre muchacho, agotado, me niega que lea ese capítulo, y que pasara al siguiente. Este es la Ascensión de Jesús, le dije… yo leía muy despacio, ya que sentía su debilidad. Él se sintió muy feliz, a pesar de que tenía lágrimas en los ojos.

Me preguntó, si gozaba yo también en la reflexión, y le contesté, tal vez no de la misma manera que usted, y, sin embargo, puede que sea de la misma cosa, eso es seguro.

Es todavía mi esperanza, decía, yo se lo voy a decir… hablando en voz muy baja de la muerte.

Y afirmó no temerla.

Le pregunté; por qué no piensa que se va a recuperar. Contestó, tal vez… pero no es probable. Hablaba con tranquilidad de su estado. La herida era muy grave, supuraba mucho, además la fiebre le había postrado y sujetado como su mal verdugo, siempre a su lado.

Y sentía al salvar las horas, que se iba a morir, se portó como un hombre, con gran afectuosidad.

El beso que le di, cuando yo estaba a punto de marcharme, él me miró y se pudo fijar en mí, y trató de poder devolvérmelo; y así lo hizo cuatro veces, y quiso darme la dirección de su madre.

Señora María, calle y ciudad… sostuve varias e inolvidables entrevistas con él… y murió pocos días después. 

Yo pude ver y sentir junto a él, la esperanza… perdida de un hombre


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