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JORGE VALVERDI "era un territorio de confusión y estigmatización. |
2025-09-07
Demencia
Hace un siglo, la demencia no se comprendía como una enfermedad específica, sino como una consecuencia inevitable del envejecimiento. La pérdida de memoria, el deterioro cognitivo y los cambios de comportamiento que hoy asociamos con la demencia eran vistos como simples signos de "senilidad" o "locura senil". No se distinguía entre diferentes tipos de demencia, como el Alzheimer o la demencia vascular, y el diagnóstico era vago y a menudo inexacto, lo que dificultaba cualquier intento de tratamiento adecuado.
La visión de la sociedad de la época estaba profundamente marcada por el estigma y una gran falta de conocimiento. Las personas mayores que mostraban síntomas de demencia a menudo eran objeto de burlas, consideradas excéntricas o, en los peores casos, institucionalizadas en asilos o manicomios. No existía la comprensión de que se trataba de una enfermedad cerebral que requería cuidados y apoyo especializados. El enfoque predominante no era terapéutico, sino de simple contención. Los tratamientos, si existían, eran rudimentarios y se centraban en el control del comportamiento del paciente más que en la mejora de su calidad de vida.
La falta de investigación científica sobre el cerebro y el envejecimiento también contribuyó significativamente a esta visión distorsionada. La enfermedad de Alzheimer, por ejemplo, fue descrita por primera vez en 1906 por el psiquiatra Alois Alzheimer, pero tardaría décadas en ser reconocida formalmente como una entidad patológica distinta de la senilidad general. Durante gran parte del siglo XX, la demencia se consideraba un área de la medicina poco explorada y de escasa prioridad, lo que dejaba a los pacientes y sus familias en un limbo de incertidumbre y desesperanza.
En este contexto, las familias de los afectados se enfrentaban a una carga emocional y física inmensa, sin la red de apoyo ni los recursos que hoy conocemos. El cuidado de un familiar con demencia era una tarea solitaria, llena de incertidumbre y dolor. La falta de un diagnóstico claro y la ausencia de información fiable dificultaban la comprensión de la enfermedad y el acceso a cualquier tipo de ayuda profesional. La soledad y la desesperación eran compañeras constantes para quienes asumían esta difícil responsabilidad.
En resumen, hace un siglo, la demencia era un territorio de confusión y estigmatización. Se percibía como un destino ineludible de la vejez, carente de esperanza y tratamiento. La conciencia social, el avance médico y la investigación científica han sido fundamentales para transformar radicalmente esta perspectiva, permitiendo que hoy la demencia sea tratada como lo que es: una enfermedad compleja que requiere atención, dignidad y respeto para quienes la padecen. Es una prueba de cómo el conocimiento puede cambiar el destino de una enfermedad.
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