2022-12-18
Si existe un dispositivo que podamos considerar de implantación global, en cualquier parte del mundo, sin duda es el teléfono móvil. No uno cualquiera, claro. Hablo del smartphone, es decir, del móvil con pantalla táctil y conexión permanente a internet.
Aunque los diversos fabricantes tratan, con toda lógica comercial, de idear pequeñas diferencias que hagan distinguible su producto en particular, lo cierto es que no lo consiguen. Así, hoy es perfectamente identificable en cualquier parte ese ladrillo fino, negro y de tamaño mediano con el que todos nos metemos literalmente en otro universo.
Desde internet ya nos llega toda la creación humana. En tiempo casi real, a veces sin filtros ni tratamientos, podemos saber de otras gentes a 20.000 km de distancia. Podemos opinar, reírnos o quejarnos casi sin censura. El mundo es inmensamente grande, y ocho mil millones de personas aportan una información aparentemente inagotable… que cabe en la palma de nuestra mano.
Cuando dentro de tres años el hombre vuelva a pisar la Luna, cualquiera podrá verlo, en color y con una nitidez miles de veces superior a 50 años antes. Desde su casa, en la calle o donde quiera. Podrá ver eso, y también a un grupo de imbéciles quemando un gato, a unos salvajes asesinando a una mujer por no ponerse un pañuelo en la cabeza o a una turba de ricos bailando en una playa mientras se duchan con Moet Rosé y tiran a la arena el dinero que permitiría vivir un año entero a una pequeña ciudad de Centroáfrica.
Es como un televisor con infinitos canales, pero es mucho más que un televisor. De hecho, acabará con la televisión tal y como la entendemos. Y es que este universo, metauniverso, parauniverso o como queramos llamarlo no es para nada virtual como a veces parece. Por el contrario, es real, con efectos palpables y duraderos en este mundo físico (incluidas nuestras mentes).
De la mano de este artilugio, porque va con él y llega donde él, se ha implantado un comercio al por menor a escala mundial. Esto es algo absolutamente inaudito e impensable hace escasamente 30 años, cuando ya existía la informática, pero apenas podíamos imaginar lo que pasaría cuando se combinase con la comunicación. Hoy en día es posible comprar cualquier cosa. De hecho, si nos fijamos en la información que nos aparece por el móvil o la tableta, veremos miles y miles de cosas que ni siquiera sabíamos que existían. Se vende todo, porque se fabrica todo.
Y es esta apabullante capacidad productiva, que está por encima de la propia capacidad de consumo (y no digamos de la simple capacidad de pago) la que ordena el único poder mundial digno de ese nombre: la economía.
La economía puede ser entendida de diversas formas, y definida según diferentes miradas. Pero eso es sólo la teoría, la parte culta y bonita. En realidad, la economía mundial sólo se enfoca a la producción de dinero, que es lo único que otorga verdadero poder político.
Así pues, este es el preocupante aspecto de nuestra sociedad a día de hoy, amable lector. Hemos llegado al punto en el que se antepone el fin último de las grandes empresas (que son las que componen ese organismo multicorporal, pero de mentalidad única que dirige el mundo) y que no es otro que conseguir beneficios, a cualquier otra consideración, sea moral, de justicia o de simple conveniencia.
Salvo Cuba, y yo creo que es por simple desidia nostálgica yanqui, ya no existe ningún país del mundo donde el sistema económico no sea el capitalismo, más o menos aderezado de liberalismo. En algunos lugares existen gobiernos que se dicen rojos, socialistas o colectivistas, pero lo cierto es que no afectan a sus respectivos sistemas económicos ni mucho menos a la economía globalizada porque la economía va por libre, marca sus propias reglas y tiempos y goza, como dije antes, de una nueva pero definitiva patente de corso que la hace sencillamente inatacable desde el poder político sea este cual sea.
Vemos ejemplos a diario. La guerra de Ucrania está dirigida por la economía, y los intereses que impiden que se fuerce una solución final pasan por la economía. En este caso, los paganos somos los europeos, los tahúres USA y China y los espectadores el resto de países (incluidos todos aquellos que llevan lustros destrozándose en guerras cuyo único interés económico es, para su mal, el que se mantengan).
Estamos asistiendo a la celebración del mayor evento deportivo mundial, en términos de audiencia audiovisual (economía pues), que literalmente compró a golpe de petrodólares una satrapía cuyo concepto de los derechos del individuo se quedó en el medievo.
La amoralidad que supone el beneficio económico por encima de cualquier otra consideración ha empapado al poder político disperso por el mundo, y ya parecen ser más los fascistas, totalitarios y populistas (disfrazados de evangelistas, muyahidines, talibanes, wahabitas o fundamentalistas católicos) que ningún otro movimiento, a escala global.
Así que estamos en una delicada situación, tremendamente compleja, pero de un diagnóstico muy simple para este escribiente: existe de facto un poder mundial, que resulta actualmente imposible de regular por el Derecho Internacional, puesto que no existe un poder político análogo de rango mundial capaz de legislar y (aquí está el problema) aplicar coactivamente reglas políticas de alcance global que superen y limiten los objetivos puramente económicos de las multinacionales.
Mi teoría, que animo a debatir, es esta: es imprescindible alcanzar un gobierno mundial con verdadera capacidad, que pueda aplicar medidas represivas y coactivas para que la economía se reconduzca al interés verdadero de medio y largo plazo. Es más, creo que, si no ocurre nada, ese gobierno acabará llegando. Pero antes de aplicar ese poder mundial a las empresas que ahora dominan la situación, lo hará a las personas. Tendremos gobiernos crecientemente dictatoriales, antes de alcanzar un verdadero y beneficioso orden mundial. Será duro, y no creo que tarde en pasar.
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