Acababa de regresar de El Salvador y aún no me encontraba en ninguno de mis lugares habituales, por eso decidí hacer el Camino de Santiago, mis mejores amigos. Lo cierto, es que no conseguí…

2023-05-07


Acababa de regresar de El Salvador y aún no me encontraba en ninguno de mis lugares habituales, por eso decidí hacer el Camino de Santiago, mis mejores amigos. Lo cierto, es que no conseguí superar ningún trauma, ni me encontré a mí mismo, ni nada de esas experiencias tan ricas de las que están llenos los libros. Pero en el camino sí que encontré una buena cantidad de nuevos amigos y una decena de historias que me prometí escribir algún día.

 

La que marcó el camino, fue la de un par de abueltes de Castellón que conocimos en los primeros días. Contaban, a quien los quería escuchar, sus historias. Yo, por supuesto, fui uno de los que puse más ahínco en conocerlos y, desde luego, resultó fascinante. Uno de ellos, al que llamaremos el joven, había nacido en Reparto Martí, La Habana, hijo de unos exiliados republicanos, y allí aprendió la santería y otros ritos de la magia negra. La magia y el misterio lo envolvía. En su adolescencia viajó a Francia donde vivió durante años. Ya en los primeros días de camino, mientras me contaba su historia, comenzamos a formar un grupo de desconocidos que acabaríamos llegando juntos a Santiago y forjando una amistad a prueba de tiempos y distancia. Además de los dos exlegionarios, nos acompañaba un canario encantador; una madre y su hija, pronto la primera se convertiría en la mamá del grupo. También una pareja de novios valencianos y una mexicana que había superado un cáncer de pulmón y caminaba asistida por una bolsita de ayahuasca que inhalaba a la mitad de cada cuesta cuando llegaba al borde de la asfixia.

Tras una infancia desgraciada y pobre, el exlegionario mayor, emigró a Francia, donde conoció al joven. Vivieron en el centro de París. Mezclaban fiestas, drogas y sexo, con miseria y peleas. Hasta que un día decidieron alistarse a la Legión Extranjera y pronto entraron en las Fuerzas Especiales. Por esos años muchos países africanos estrenaban su independencia de los países colonialistas europeos y como estos no aceptaban de buenas maneras la perdida de sus recursos naturales, montaban operaciones para defender sus privilegios. La guerra del Congo, intervenciones en Yibuti, Sudan o en hundimiento del Rainbow Warriors de Greenpeace en 1985, haciéndose pasar por vendedores de tractores… allí estuvieron ellos. En Burundi, se vieron envueltos en una masacre en un colegio, donde descuartizaron a cientos de niñas. De allí escaparon con varias heridas, el joven cargando a cuestas a su compañero herido de gravedad durante días. Por ello recibió una condecoración.

 

En Monte do Gozo, el mayor ya no podía seguir de puro cansancio. Allí nos confesó que desde hacía un tiempo luchaba contra el cáncer. El joven, como en aquella triste tarde en Burundi, lo cargó hasta la Plaza del Obradoiro. Esta vez no hubo medallas ni condecoraciones, pero sí una enorme muestra de lealtad. Tal vez, esa fue la enseñanza del Camino de Santiago.


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