En diciembre de 2009 una víbora castellana, aquellas a las que llaman tamagás, mordió a su marido causándole la muerte. De los gastos del sepelio se hizo cargo el patrón de la hacienda, pero luego le pasó la factura a Doña Inés. 

2023-01-29


Doña Inés camina descalza por las veredas del Parque Nacional Meámbar Cerro Azul, en Honduras, al acercarse a la población de Los Planes, se calza sus gastados zapatos que lleva envueltos en una toalla bajo el brazo. Cuando termina sus exiguas compras se los vuelve a quitar y regresa descalza hasta su hogar, allá lejos bajo el cerro. Esta es su historia:

Doña Inés vive en una comunidad cuyo nombre ella prefiere que olvide, una comunidad pobre y olvidada entre una maraña de bosques verdes y espesos. Hija de pobre, esposa de pobre, madre de niños y niñas pobres con ojos llenos de ojos que los miran con tristeza e indiferencia, condenados sin defensa posible por el mero hecho de nacer pobres. Había unos sembrados de caña que los vecinos molían en un viejo trapiche comunal tirado por bueyes con el que conseguían el poquito dinero que necesitaban para sobrevivir en tiempos duros. Pero un día llegaron unos jóvenes de una comunidad vecina, pandilleros eran, y comenzaron a extorsionar a las familias que allí vivían. Al principio se resistían a las amenazas de aquellos malosos, hasta que un día asesinaron al más anciano. Al final cedieron al chantaje y acabaron pagando. Por eso muchos de los hombres de la comunidad se vieron obligados a buscar trabajo en la zafra de la caña, lejos de sus casas. El trabajo en la zafra es bien duro y los hombres volvían cansados, muchos de ellos agarraron el vicio de beber antes de regresar a casa. La comunidad poco a poco fue perdiendo la paz que siempre mantuvo a pesar de las grandes necesidades.

Entonces, un día de 2008, el Patronato de la comunidad decidió dejar de pagar la renta a los pandilleros, la reacción no se hizo esperar y una noche llegaron con sus ametralladoras de guerra y mataron a los bueyes. Aquello fue la ruina total. Muchos hombres abandonaron la comunidad, incluso el país para buscar un nuevo futuro. El marido de Doña Inés no se fue del país, pero pasaba largas temporadas en el norte, trabajando en la zafra de la caña. A ella le tocó sacar adelante a sus hijos.

Pero como la vida de los pobres en siempre bien penosa, a Doña Inés todavía le aguardaban días peores. En diciembre de 2009 una víbora castellana, aquellas a las que llaman tamagás, mordió a su marido causándole la muerte. De los gastos del sepelio se hizo cargo el patrón de la hacienda, pero luego le pasó la factura a Doña Inés. Por eso ahora Doña Inés ahora trabaja para el patrón por un puñado de lempiras, también su hijo mayor dejó la escuela para ir a la zafra. Entre los dos ganan aún menos que el marido, porque le descuentan los gastos del entierro y del ataúd.

Conocí a Doña Inés durante un taller de economía familiar, jamás le vi desfallecer, nunca perdió su sonrisa. Y allí seguirá caminando descalza y guardando sus zapatos en una toalla bajo el brazo. Si alguien me habla de héroes y heroínas, mis recuerdos siempre vuelan a aquellas veredas de Meámbar Cerro Azul.


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