"Esta es la realidad de millones de niños y niñas en todo el mundo."
2023-02-12
Esta semana les invito a acompañarme a la escuelita de Tierra Blanca, a quince km de Camoapa, en Nicaragua. Es una bien humilde, en una de las zonas más pobres y olvidadas del mundo.
Para llegar hay que abordar el bus de ruta desde Camoapa hasta La Calamidad por una carretera adoquinada. Desde ahí son dos horas a pie, pasando el río. Así llegamos hasta un edificio construido en madera. Sin luz ni agua. El sol y el calor se filtra entre las tablas de las paredes. El techo de uralita, plagado de goteras por donde pasa el agua durante la época de lluvias. El suelo es de tierra apelmazada. Hormigas, arañas, los temidos zancudos que trasmiten la malaria y el dengue. Los alumnos se asientan en viejos pupitres rotos, sucios, despintados. Al frente una pizarra fijada a la pared con unos clavos, allí unas cifras dibujadas nos anuncian que llegamos en plena clase de matemáticas. En un rincón una mesa tambaleante aguanta el peso de una buena cantidad de libros viejos a modo de biblioteca. Cada uno de ellos posee apenas una libreta, a veces compartido entre varios hermanos, un lápiz gastado procedente de una donación. Los niños y niñas se ponen en pie ante la visita y saludan formalmente. Muchos de ellos están descalzos, conocí unos hermanos en Honduras que compartían los mismos zapatos, uno asistía a clases por la mañana y otro por la tarde. Ropas humildes y, en ocasiones sucias. Caras de hambre, porque la escuelita les pilla lejos de casa y deben caminar desde la madrugada desde sus casas, sin desayunar, expuestos al calor, a la lluvia, vulnerables ante el ataque de cualquier desalmado sin escrúpulos. Después de varias horas de clase regresan a casa por los mismos caminos desiertos a través del monte. En los alrededores de la escuelita, la única instalación es una sucia letrina, todo lo demás en verde. La levantaron hace años los propios padres con sus manos, haciendo turnos por días para trabajar. El maestro viaja cada semana desde la ciudad cercana y durante la semana duerme en una pequeña casita de barro que cede la comunidad de forma gratuita.
¿Imagináis a vuestros hijos asistiendo a una escuela igual?
Esta es la realidad de millones de niños y niñas en todo el mundo. Lo que nosotros damos por normal, que nuestros hijos asistan a una escuela con todas las comodidades, baños, calefacción, medidas higiénicas, profesionales bien formados… en realidad, es un privilegio de un puñado de países. En el resto del planeta, lo normal son escuelas como las que hoy les he mostrado, incluso peores. Niños que caminan horas para asistir a clases, mal alimentados, con graves problemas para que los procesos de aprendizaje se lleven a cabo correctamente.
Por eso, te invito, admirado lector, a apreciar la educación de nuestros niños y ser conscientes del privilegio que tenemos. Ojalá, la próxima vez que nos quejemos, tengamos un minuto para pensar y valorar.
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