Para aquellos que amamos los libros, visitar las librerías de aquellas ciudades que visitamos es casi un ritual. En mi caso, las librerías que prefiero son aquellas que guardan el sabor a librería de viejo, aquellas en la que los libros tienen alma y no son un mero producto a vender.

2023-01-15


Para aquellos que amamos los libros, visitar las librerías de aquellas ciudades que visitamos es casi un ritual. En mi caso, las librerías que prefiero son aquellas que guardan el sabor a librería de viejo, aquellas en la que los libros tienen alma y no son un mero producto a vender. Conozco varias a lo largo del mundo. Por suerte, una de ellas la tenemos cerca, aquí en Jaén y se llama Librería Orwell.

En estos tiempos de inmediatez, del usar y tirar, donde todo tiene fecha de caducidad, las librerías se han convertido en pequeñas islas donde el mundo se para mientras las imaginaciones vuelan sin ataduras. Son poquitas las que resisten el envite de los grandes centros comerciales y sus fuegos de artificio, asfixiadas por los distribuidores que cada día reducen más sus márgenes de beneficio. Lejos de las modas que impone el sistema consumista. Podría enumerar las que he visitado: Sophos en Ciudad de Guatemala donde puedes tomar café rodeado de libros, La Ceiba y La Casita resisten en San Salvador, la Mundo Literario en Tegucigalpa, Borges en la meca de los libros, Buenos Aires, o Traficantes de Sueños en Madrid, sin olvidarnos de la Cuesta de Moyano. A esa lista añadí desde hace unos años la librería Orwell, “La más pequeña de Jaén”, mi librería de cabecera. Tiene el aura y el prestigio de las librerías de viejo, de los teatros antiguos ya en desuso, de las salas de cine independiente, guardianas de un mundo que se resiste a desaparecer. Espacios que se deben preservar y potenciar para que el absurdo no nos lleve por delante. Frente a las cadenas multinacionales que nos venden los libros de moda, existen estos lugares con ambición intelectual combativa. Son centros culturales, ateneos donde se habla de literatura, se debate de poesía, donde se localiza el lugar exacto de cada libro raro, minoritario o pasado de moda sin consultar el ordenador, como si fuera una biblioteca personal.

Porque abrir un libro es un acto de rebelión sin marcha atrás. Recuerdo a mis compañeros de ONG en Centroamérica leyendo PDF en las pantallas de sus teléfonos móviles, a mi querida Niña Delmy cuando nos contaba cómo se comía el Manifiesto Comunista mientras la guardia golpeaba la puerta de su cuarto, aquella chica salvadoreña que leyó El cuaderno de Maya, de Isabel Allende, gracias a las fotos que le mandaba su enamorado desde la otra parte del mundo. Cada mañana le mandaba dos o tres páginas hasta fotografiar todo el libro. O aquel hombre que leía y vendía libros en los bajos del Mercado de Managua y que siempre me aseguraba que él aparecía en la portada del libro ¡Adiós Muchachos! de Sergio Ramírez realizada el mismo día que los sandinistas se tomaron la capital. A la altura de tamaños lectores están estas librerías.

“Expresarse a través de la palabra escrita te hace libre” dice Tahar Ben Jelloun. Yo añadiría que leer también te hace libre, por eso son tan necesarias la Librería Orwell y otras como ella.

Para aquellos que amamos los libros, visitar las librerías de aquellas ciudades que visitamos es casi un ritual. En mi caso, las librerías que prefiero son aquellas que guardan el sabor a librería de viejo, aquellas en la que los libros tienen alma y no son un mero producto a vender. Conozco varias a lo largo del mundo. Por suerte, una de ellas la tenemos cerca, aquí en Jaén y se llama Librería Orwell.

En estos tiempos de inmediatez, del usar y tirar, donde todo tiene fecha de caducidad, las librerías se han convertido en pequeñas islas donde el mundo se para mientras las imaginaciones vuelan sin ataduras. Son poquitas las que resisten el envite de los grandes centros comerciales y sus fuegos de artificio, asfixiadas por los distribuidores que cada día reducen más sus márgenes de beneficio. Lejos de las modas que impone el sistema consumista. Podría enumerar las que he visitado: Sophos en Ciudad de Guatemala, donde puedes tomar café rodeado de libros, La Ceiba y La Casita resisten en San Salvador, la Mundo Literario en Tegucigalpa, Borges en la meca de los libros, Buenos Aires, o Traficantes de Sueños en Madrid, sin olvidarnos de la Cuesta de Moyano. A esa lista añadí desde hace unos años la librería Orwell, “La más pequeña de Jaén”, mi librería de cabecera. Tiene el aura y el prestigio de las librerías de viejo, de los teatros antiguos ya en desuso, de las salas de cine independiente, guardianas de un mundo que se resiste a desaparecer. Espacios que se deben preservar y potenciar para que el absurdo no nos lleve por delante. Frente a las cadenas multinacionales que nos venden los libros de moda, existen estos lugares con ambición intelectual combativa. Son centros culturales, ateneos donde se habla de literatura, se debate de poesía, donde se localiza el lugar exacto de cada libro raro, minoritario o pasado de moda sin consultar el ordenador, como si fuera una biblioteca personal.

Porque abrir un libro es un acto de rebelión sin marcha atrás. Recuerdo a mis compañeros de ONG en Centroamérica leyendo PDF en las pantallas de sus teléfonos móviles, a mi querida Niña Delmy cuando nos contaba cómo se comía el Manifiesto Comunista mientras la guardia golpeaba la puerta de su cuarto, aquella chica salvadoreña que leyó El cuaderno de Maya, de Isabel Allende, gracias a las fotos que le mandaba su enamorado desde la otra parte del mundo. Cada mañana le mandaba dos o tres páginas hasta fotografiar todo el libro. O aquel hombre que leía y vendía libros en los bajos del Mercado de Managua y que siempre me aseguraba que él aparecía en la portada del libro ¡Adiós Muchachos!, de Sergio Ramírez, realizada el mismo día que los sandinistas se tomaron la capital. A la altura de tamaños lectores están estas librerías.

“Expresarse a través de la palabra escrita te hace libre” dice Tahar Ben Jelloun. Yo añadiría que leer también te hace libre, por eso son tan necesarias la Librería Orwell y otras como ella.


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