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2023-11-05
La lista de desespera
Cuando estoy de un humor fúnebre, con el ánimo tenebroso, y la desidia se enquista en mi alma, acabo siempre viendo documentales de la naturaleza salvaje. Los considero un reflejo de lo que somos sin la leve pátina o barniz, escójase el término que a cada cual más le acomode, que nos otorga la educación. Además, tengo una morbosa y enfermiza tendencia de fijarme en los más crueles; aquellos donde una leona devora a la indefensa camada de una rival, o donde un dragón de komodo, (ese híbrido entre cocodrilo y ornitorrinco) desmiembra alguna pobre gacela desprevenida; pues bien, en relación a nuestro sistema sanitario, así me siento: indefenso. Porque
indefenso es como te sientes ante la enormidad kilométrica y devastadora de las listas de espera de la seguridad social;
o, debería decir…inseguridad social. Dado el hecho comprobado de que, a día de hoy, pasar a engrosar el abultado número de una de estas listas, no te garantiza una pronta atención, y en los casos más desesperados, la supervivencia. Y digo que es un hecho comprobado, porque en 2016, permanecer en lista de espera durante más de ocho meses fue lo que mató a mi padre. Su cáncer, que en un principio estaba localizado e inamovible en una zona recóndita del estómago, se desbordó caudaloso como el Amazonas, hasta casi salírsele por la boca. Diagnóstico: metástasis galopante, inoperable… vaya usted a morirse a su casa. (Y nos dijeron que se le había incluido en una lista preferente, apremiante, inmediata; vamos, que lo operaban en diez minutos), y el pobrecito mío se murió con todas sus ansias de vida, como el que se muere con todos sus puntos del carnet. Esto, tan cruento y descarnado, ocurrió como digo, por permanecer tanto tiempo en la lista de espera. Han pasado siete años y medio, y las cosas no solo no mejoran, sino que van a peor en la sanidad. Contratación de médicos poco preparados, corporativismo sectario, y un cúmulo de circunstancias que hace que lo que una vez fue un sistema sanitario limpio, dedicado, y que trataba a los pacientes como seres humanos, se vea abocado a los pogromos de las desesperantes listas de espera. Otro botón de muestra de la degenerada situación que pretendo describir podría ser mi caso: hace once meses se me diagnosticó pubalgia, debido a un dolor lacerante que sufrí, y aún sufro en los aductores de mi pierna izquierda. En este tiempo, tras infinidad de pruebas y dolorosas sesiones de fisioterapia, nada mejoraba, hasta que al especialista que me trataba se le ocurrió que podría ser buena idea que me realizaran un TAC. Dicho TAC arrojó resultados incompatibles con un diagnóstico de pubalgia, si no más bien, revelaba una artrosis avanzada que interesaba a toda la cadera izquierda; y esto, tras diez largos meses de doloroso tratamiento erróneo, se pueden imaginar ustedes lo traumático y desmoralizante que es. Con la consiguiente vuelta al principio: nueva cita con el traumatólogo y nueva espera en pos de una solución que nunca llega, y mientras tanto dolor, dolor, dolor… No se atenúa, no mengua, no se termina.
Es triste comprobar como algo que fue concebido para el alivio de todos nosotros, sin importar la clase o el poder adquisitivo, (algo verdaderamente igualitario), vea ahora anulada su eficacia y principal función:
aportar la seguridad al enfermo de que en poco tiempo será atendido, por lo que supongo que será una malísima gestión de los recursos. Lamentablemente, desde mi indignación, no soy capaz, lo reconozco, de aportar una solución; lo que hace que todo lo aquí expuesto quede en agua de borrajas; como mucho, puedo intuir, porque esto es España, que habrá muchos ineptos en puestos de poder que no les corresponden, haciendo dinero a costa de mi dolor, de la muerte de mi padre y de la de tantos y tantos otros…
Por tanto, cruzaré los dedos y le rezaré al buen Hipócrates, para que esta recién descubierta artrosis de cadera que ahora me atenaza, no se convierta en cáncer de huesos o algo peor a fuerza de sumar meses o años languideciendo en la lista negra, digo… de desespera.
Quiero reflejar con estas sencillas palabras el sentir de millones de enfermos, de vidas, de ilusiones quebradas en una sociedad que cacarea, que se ufana de ser civilizada, con el regusto amargo de que en ella siguen importando más unas vidas que otras.
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