23-10-2022


Cuando mides poco más de un metro la perspectiva es otra. Evidente, no es lo mismo mirar desde arriba que desde abajo. Cualquier mesa es una cima inexorable. Tiene grandes ventajas, porque cualquier sillón de poca monta se convierte en un parque de atracciones si nadie te vigila. Puedes saltar del sillón al sofá y caer de bruces contra los cojines. Puedes agarrarte al pernil de tu madre para no perderte entre la multitud de 15 personas que se disponen a subir al autobús.

Al viajar en coche te aburres porque las ventanillas de atrás no se abren del todo y pese a que vas montado en una trona que te eleva, las ataduras te impiden asomar el brazo por ellas y sentir el viento fresco en las manos y los efectos de la aerodinámica. Los zapatos de la gente no te importan, aunque es lo primero que ves de casi todo el mundo, los tuyos tampoco importan si no te hacen rozaduras. Tus preocupaciones no deberían ir más allá de si los espaguetis llevan tomate del rico y no de ese que tiene cebolla en trozos, o si el huevo tiene la yema hecha o viene con moco de troll.

Cuando mides poco más de un metro y apenas tienes seis años siempre dependes de alguien que te guíe y te acompañe. Si estás leyendo esto y aún no has parado, probablemente es porque acompañas a algún renacuajo a diario o esporádicamente.

Cuando mides más de un metro sesenta y eres el acompañante de uno de estos renacuajos, además de todas las obligaciones protectoras y educativas, tienes otra que es tan importante como las demás y quizás no sea tan fácil de cumplir. Tienes la obligación de cambiar de perspectiva, de bajar a poco más de un metro del suelo y de ser capaz de ilusionarte.

Ilusionarte no es fácil, hace mucho tiempo que solo te ilusionas con cosas importantes, el préstamo, el cambio de trabajo, los dientes más blancos, la báscula…y la verdad es que cuesta un poco volver a ilusionarse con luces de colores.

Ahora ha pasado la feria del pueblo, está a punto de ser la fiesta de Halloween y pronto vendrá la navidad con más luces de colores.

Vamos a hacer este año un esfuerzo superlativo para ilusionarnos con estos mamoncetes.

¿Acaso recuerdas los regalos que te hicieron más allá de la bicicleta o el castillo de Grayskull? Lo que recuerdas es la calle llena de gente para ver la cabalgata, los caramelos por el suelo, tu familia, ese tío que venía sólo en navidad, a tus primos…

Pero como reza el título de este escrito, ilusión se escribe sin “H”. Sin h de hidrógeno, sin bombas atómicas, sin las perspectivas termonucleares que ensombrecen hoy al mundo, otra vez. Sin guerra, sin paro, sin crisis, sin deudas…

Ilusión se escribe poniendo el teléfono en modo avión (se puede hacer, aunque no estés montado en uno) y cogiendo a tu sobrino de la mano para ir a aburriros juntos al parque que hay cerca de casa, a tu hijo o a tu nieto. Saliendo de tu zona de dudoso confort que es la actualidad y entrando en tu zona real, que no está en Ucrania, en Rusia, en Cataluña, está mucho más cerca de lo que crees.


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