2022-01-01


La cueva era confortable. El fuego había conseguido secar la humedad interior y aportar luz. Mi padre nos contaba alrededor de la lumbre como consiguieron dominarlo, traerlo al hogar y utilizarlo para endurecer las puntas de las lanzas, cocinar, calentar piedras que luego introducían en agua para calentarla. También lo usábamos para espantar a las bestias en la noche, poniendo antorchas alrededor de la entrada.

Contaba como antes de que el fuego fuera nuestro, murieron muchas personas de nuestro clan abrasadas por el mismo. Los incendios eran frecuentes porque no teníamos idea de cómo controlarlo. El mismo viento que lo avivaba, podía también apagarlo. Creíamos que era ingobernable. Le teníamos miedo. Pero fue gracias a la perseverancia como finalmente le ganamos la batalla, creciendo como clan, como civilización y evitando muchas muertes por envenenamiento al dejar de comer carne cruda o de beber agua almacenada que se había contaminado sin previamente hervirla. El agua hervida fue un gran descubrimiento, la sopa caliente al llegar de cacería te reponía casi al instante y te permitía reutilizar esos huesos carentes de tuétano para sazonarla, además de reblandecer las semillas que antes eran incomibles.

En el año dos mil veintidós, una nueva hazaña ha traspasado el umbral del miedo para adentrarnos en el año cero de la energía limpia, sostenible y rentable. La fusión nuclear ha dejado de ser una quimera, para convertirse en una realidad conveniente, tanto a nivel económico como a nivel ecológico. Se ha conseguido generar más energía de la empleada y sin generar residuos. No sabemos cuánto tiempo faltará para que esa energía se instaure en nuestras vidas. Pero, así como el fuego pasó de ser algo salvaje que arrasaba con las vidas de todo aquel que se encontraba a su paso a ser una herramienta portátil que puedes llevar en el bolsillo, la energía nuclear por fusión terminará instalada en una caja del tamaño de una batería en los rincones de nuestros hogares. La tendremos en los vehículos y nos desplazaremos por el planeta a velocidades vertiginosas sin emitir nada.

No faltarán empresas que nos alquilen esos costosos equipos por los que pagaremos religiosamente cada mes o cada año. Empresas con trabajadores cibernéticos o humanoides. Empresas que crearán puestos de trabajo y vigilarán para que el fuego del siglo veintidós no se vaya de las manos, velando por nuestra seguridad y bienestar.

Así que tenemos la obligación de empezar el año con optimismo, reavivando la fe en la humanidad, en el futuro de esta esfera irregular que nos acoge y nos surte de alimentos. Tenemos que pensar que el mundo seguirá girando a esa velocidad aproximada y con esa misma constancia variable. Algún día tendremos que crear un treinta de febrero cada cuatro o cinco años, para compensar esa inexactitud del movimiento rotatorio de la tierra, tanto alrededor de su eje como alrededor del astro rey. Pero mientras tanto, feliz año cero.


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