2022-01-01
Vivía aquel caracol en un rincón de la campiña andaluza, haciendo sus cosas de caracol. Se procuraba sus hierbecillas, atendía a su instinto reproductor cuando podía y le dejaban, y sacaba los cuernos al sol subido a uno de los postes de madera de la alambrada que delimitaba la finca.
En fin, procuraba ser un buen caracol y disfrutar de los pequeños placeres que a la vida pone al alcance de un gasterópodo común. Pero un día vio, en la distancia, a un toro y pensó: “Tiene cuernos, como yo; come hierba, como yo. No le veo la concha, pero tampoco la babosa la tiene.” Desde ese día, nuestro caracol se pasaba las horas encaramado al poste, contemplando al toro, viéndolo vagar de acá para allá y de allá a acullá. Y, día a día, en su cabeza se instaló, como una aguda astilla, la idea de ser toro. El tres de marzo bajó del poste -tardó dos horas- y, a media mañana, tras un considerable esfuerzo, se encontraba junto al astado. En ese justo momento, el toro estirando su cuello y su cabeza hacia el azul del cielo, mugió potentemente. Nuestro caracol estiró también su cuello, todo lo que pudo, abrió su pequeña boca y, antes de que emitiese algún improbable sonido, el negro se cernió sobre su vida desde el cielo, revestido de pico de pájaro. Y aquí termina la historia del caracol que se creyó toro.
Jaén es el caracol en el diván. Dándole vueltas constantemente a su deseo de ser toro. Van los jiennenses de clase adinerada a Granada, van a Córdoba, van a Sevilla, van a los madriles y hasta a Noruega. Y ven toros por todas partes. Y quieren que Jaén reciba turistas como Sevilla o que tenga la monumentalidad de Granada o Córdoba, ciudades que fueron luz del mundo en distintos momentos de la historia del solar patrio. Y quieren AVE, para ponerse en el aeropuerto de Barajas en dos horas y poder volar hasta Tailandia. Y quieren una Ciudad Sanitaria, como si el problema de la salud de los jiennenses tuviera que ver con los quince minutos que se tarda en llegar de un hospital a otro de los dos existentes actualmente y no con la falta de personal sanitario que afecta a nuestro sistema de salud. Y quieren pensar que sus hijos -los que son más despiertos- se van de Jaén porque les falta trabajo, y no porque tengan otros sueños. Y quieren en Jaén se instale la NASA, para volar a la luna y volver a tiempo para el tapeo de las tascas. Y, si todo ello no es posible, si la metamorfosis en toro no se produce, quieren que alguien, de fuera, se declare culpable. Todo menos dedicarse a ser caracol.
Vivía aquel toro en un rincón de la campiña andaluza, haciendo sus cosas de toro. El mismo día en que el caracol moría en el pico del pájaro, el morlaco fue trasladado a Pamplona para jugar a los sanfermines. Al día siguiente dos turistas de Jaén comían rabo de toro en el bar Gorriti, bien regado con buen clarete de la tierra.
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