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2024-05-19
Pedir los arreglos
Sabemos que el ser vivo tiende hacia un estado de desorganización y reposo. A las cosas inorgánicas, por lo menos las que nos afectan, vemos que les pasa algo parecido. Si una calle tiene mal el pavimento, llegará el día en que habrá tal dificultad para transitar por ella que alguien tiene que tomar la decisión de comunicarlo al Ayuntamiento, para que tengan constancia.
A veces, decimos “esta carretera no hay quien la arregle”: una carretera que ha quedado muy estrecha para que pasen dos vehículos sin riesgo —uno de ellos de gran tonelaje—, o bien no hay suficiente cuneta en algunos tramos; también la mala visibilidad en algunas curvas porque hay ramas de olivos que se meten en traza.
En general,
se da por hecho que las cosas las arreglan con retraso, porque no se detectan con suficiente antelación o no hay presupuesto.
En parte, este retraso se da, pero no nos ponemos a pensar que si, particularmente, pidiéramos su arreglo a los organismos oficiales cuando detectamos los desperfectos, es seguro que se arreglarían más pronto.
Sabemos que también ha de haber una situación propicia para que las cosas olvidadas se arreglen. En una ciudad todos conocemos puntos fallos que hay que mejorar, desde unas simples baldosas hundidas a un marco deteriorado de una tapa de arqueta; un paso de cebra en el que sus rayas casi han perdido el color, o una valla deformada porque ha sido atropellada por un vehículo que perdió el control.
Si fuésemos conscientes de que las cosas tienen un tiempo para ser valoradas y reparadas, estoy seguro de que, si solicitamos su arreglo, se acometerán las obras mucho antes y el paisaje urbano tendrá mejor aspecto. Y la seguridad vial sería más completa a la hora de circular, tranquilamente, por la ciudad.
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