19-06-2022
(Dice un proverbio africano: “Cuando los elefantes pelean aplastan a las hormigas”).
Tres episodios, el Brexit, el covid y la guerra de Ucrania han abierto tres agujeros en el barco de la globalización. “La invasión rusa de Ucrania ha puesto fin a la globalización que hemos vivido durante las últimas tres décadas”. Así se expresó Larry Fink, director general de BlackRock, la mayor compañía de inversión del mundo, que gestiona una cartera de 10 billones de dólares de activos. Suponiendo que la situación no se descontrole –cruzando los dedos y tocando madera–, es probable que éste sea uno de los resultados más duraderos de la guerra (aunque, de momento, el panorama se vea de un modo bastante diferente desde los escombros del campo de batalla europeo). Ello no significa que el mundo vaya a
volver inmediatamente a las economías regionales, las barreras aduaneras y las restricciones impuestas sobre la libertad de capitales. La globalización implica una infraestructura material demasiado masiva, ciclópea incluso, como para ser desmantelada de un solo plumazo. No debemos subestimar, sin embargo, lo que está ocurriendo en la economía mundial y, sobre todo, con las finanzas, porque la guerra actual no es sólo asimétrica, sino también híbrida, en el sentido de que se está librando en varios tableros diferentes y utilizando arsenales diversos. Por un lado, encontramos a Rusia, que libra una guerra convencional contra Ucrania mediante el uso de tanques, misiles y bombas, pero para quien su verdadero adversario es la OTAN y, en última instancia, Estados Unidos. Por otro, tenemos a Estados Unidos, que está llevando a cabo una guerra por delegación convencional contra Rusia, mientras se prepara al mismo tiempo para librar una guerra de guerrillas en el caso de que Ucrania sea anexionada parcial o totalmente, al tiempo que lanza un bloqueo económico-financiero total y directo contra aquel país. No es casualidad que el ministro francés de Finanzas, Bruno Le Maire, haya calificado la exclusión de Rusia del sistema SWIFT como un “arma nuclear financiera”. Sin embargo, el problema de las armas nucleares, ya sean literales o financieras, es que crean una nube radioactiva. En este caso, lo que se ha dañado es la fe en la propia globalización y, por lo tanto, en los propios cimientos sobre los que esta se construye. Una economía globalizada se basa en la premisa de que su orden general es más importante que las contingencias de los Estados individuales. El capital sólo puede moverse libremente entre los bancos de diferentes naciones, si está igualmente seguro en cualquier institución financiera. Como tal, la globalización se basa en la convicción de que no hay élites nacionales, sino una elite única y global invulnerable a las vicisitudes de la política de los Estados. Esta es una promesa que sedujo a los ricos de los países sometidos, que hasta entonces se sentían subordinados al núcleo imperial. Presentó a estas élites provinciales un espejismo: el fin de su sumisión, su asimilación a la única fuerza dominante del planeta. Bajo el régimen de la globalización, dicho en términos más prosaicos, un magnate de cualquier país que comprara una casa en Londres o abriera una cuenta bancaria en Nueva York podía esperar que sus activos estarían seguros independientemente de las fluctuaciones de la diplomacia mundial.
El lema era “multimillonarios del mundo uníos” (bajo una única patria transnacional): esta ilusión ha quedado al descubierto por lo que era con la crisis de Ucrania. No es casual que la clase dominante china sea la que más nerviosismo muestre. La intervención del viceministro de Asuntos Exteriores chino Le Yucheng en un foro celebrado en la Universidad de Tsinghua, un mes después de que se produjese la invasión rusa, fue esclarecedora en este sentido. Su advertencia más firme fue que: La globalización no debe ser “armada”. China se ha opuesto siempre a las sanciones unilaterales, porque carecen de fundamento en el derecho internacional y no gozan del mandato del Consejo de Seguridad de la ONU. La historia ha demostrado, una y otra vez, que en lugar de resolver los problemas la imposición de sanciones equivale a “apagar el fuego con gasolina”, contribuyendo únicamente a empeorar las cosas. La globalización se está utilizando como un arma y ni siquiera se salva la gente procedente del mundo de los deportes, de la cultura, del arte o del entretenimiento. El abuso de las sanciones traerá consecuencias catastróficas para todo el mundo. La globalización, el superávit comercial chino y el déficit estadounidense se reúnen a menudo en una narrativa semimítica. La historia dice que China utiliza parte de su superávit para comprar bonos del Tesoro estadounidense con el fin de financiar directamente el déficit comercial de Estados Unidos, es decir, las compras estadounidenses a China. La compra se interrumpe en 2012. A partir de entonces, la cantidad de bonos federales en poder de Pekín no ha aumentado; en todo caso, ha disminuido lentamente. Aunque sigue acumulando un enorme superávit comercial anual, China ha dejado de comprar nuevos bonos estadounidenses, renovando sólo parcialmente los que ya posee. Una tormenta monetaria es poco probable. Aunque si podría ocurrir un ajuste gradual del cinturón con pocas sacudidas bruscas para no provocar el colapso del dólar (o la revalorización del renminbi). Sin embargo, sigue habiendo fracturas en las relaciones financieras mundiales, como si el tejido de la globalización se hubiera lacerado. Y cuando esto ocurre todos nosotros somos las hormigas, del proverbio africano.
To be continued…
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