"Pronto la “masa” seremos nuevamente un “objeto” deseado y querido por los ponzoñosos populistas, que necesitaran de nosotros para asegurarse cuatro años más en el poder y disfrutar vidas de sultanes"

 

2023-03-12


Hay una forma de hacer política heredera de una larga tradición de engaños y zancadillas que está dispuesta a adueñarse de nuestro mundo creando divisiones artificiales entre nosotros, Presentando una imagen simplificada y polarizada de la sociedad en la que solo hay dos opciones: ellos y los otros, los buenos y los malos. Una forma de hacer política que alimenta una cultura de confrontación y desconfianza. Una política que se nutre de las crisis para erosionar la división de poderes, la libertad de prensa y la libertad de pensamiento. Política esta, que presenta soluciones simples y demagógicas a los problemas complejos y estructurales de nuestra sociedad, lo que invariablemente desemboca en políticas peligrosas, medrando en el miedo y la incertidumbre para ganarse “tu” confianza, con el único objetivo de perpetuarse en el poder a costa de tu (nuestra) libertad.

Desde los movimientos y corrientes socialistas surgidos en la segunda mitad del siglo XIX en Rusia, al nazismo en la Alemania de las guerras mundiales, desde el populismo agrario norteamericano que se oponía a las grandes corporaciones, pasando por los populismos de América latina que hacían frente a las oligarquías, continuando con la fe ciega en los autarcas africanos, o los movimientos personalistas en la India y las revoluciones agrarias de Asia que idealizaba la vida rural.

El populismo es un fenómeno que se ha expandido como un reguero de pólvora a lo largo y ancho del mundo. Está presente en los partidos euroescépticos del siglo XXI, en el nuevo comunismo surgido de los partidos más jóvenes de las democracias occidentales y en su contraparte ultraderechista.

El populismo se centra en el antagonismo entre “ellos” que son los poseedores de la verdad y la justicia, y los “otros”, el mal a combatir. Diferencian claramente a dos grupos: el pueblo, la gente, la masa…y la elite corrupta, el establishment, los empresarios, Europa o una mezcla de todos ellos, deshumanizándolos y convirtiéndolos en una masa amorfa a despreciar o temer. Los colectivos a menospreciar son utilizados a su antojo según sus necesidades, los fascistas, los inmigrantes, lo machistas, los comunistas o el lobby gay etc.

Son frecuentes los escraches, que, empleando un slogan vacío, logran volcar el odio hacia personajes concretos, reduciéndolos a monigotes, a sacos de sparring o a los que quemar en la hoguera -cuando los hacen unos están más que justificados, son jurídicamente aceptables e incluso “graciosos” pero cuando la “vaina” es, al contrario, ya no lo es tanto-.

El discurso populista suele hacer hincapié en la identidad de valores, de hecho, propone una identidad social con la que presuntamente todos los ciudadanos de bien están de acuerdo.

Suelen exaltar valores conectados a la historia del país y sus tradiciones para describirlo como lo más auténtico, lo verdadero, lo puro, o que tiene como fin reconstruir una identidad perdida, por la crisis social y la fuente del mal referenciada anteriormente. También pueden adueñarse de valores positivos para convencer a la masa de que ellos y solo ellos pueden contribuir a implantarlos de forma definitiva en la sociedad.

De este modo el populista quiere convencer a sus votantes de ser la única opción moralmente valida, por lo que la voluntad popular siempre estará de su lado.

En el discurso populista existe siempre una exaltación de una soberanía popular, aunque esta sea doblegada por medio de falacias. Para el populista el pueblo soberano está siempre por encima de cualquier poder, de ahí que suelan insistir en los instrumentos de la democracia directa, los referéndums, las consultar públicas, los círculos o las movilizaciones masivas. A menudo insisten en la presunta transparencia de sus partidos, y cuando finalmente acceden al poder llegan a llamar, democráticos, plurinacionales o populares a los partidos que gobiernan, a pesar de que la democracia haya sido aniquilada en ellos. Esta obsesión por empoderar al pueblo contrasta vivamente con los planes populistas que siempre tienen como objetivo, un estado autoritario que excluye a aquellos que ellos no consideran “el pueblo”.

En muchas ocasiones se hace referencia a un pasado glorioso que se debe recuperar a toda costa, para doblegar a un enemigo común.

Muchos populistas son nativistas, aunque esa suele ser una tendencia más asociada a los populismos de derechas, tienen también una clara tendencia a la reinterpretación del pasado con el objetivo de producir nuevos recuerdos colectivos. Desde atribuirse héroes legendarios exagerando sus gestas a sugerir un pasado mucho más remoto y glorioso que proporcione bases científicas a sus afirmaciones, aunque estas en muchas ocasiones contradigan abiertamente con todos los datos objetivos que se conoce de la historia.

La reescritura de la historia puede también emplearse para contar relatos de humillación, de indignación o de traumas colectivos que ayuden a crear un vuelco emocional en la ciudadanía, para seducirlo y logar que abandone el voto de partidos tradicionales. En muchas ocasiones se emplea la táctica de utilizar medias verdades y discursos extremos e incendiarios con el objeto de emplear el victimismo para noquear al adversario.

Pronto la “masa” seremos nuevamente un “objeto” deseado y querido por los ponzoñosos populistas, que necesitaran de nosotros para asegurarse cuatro años más en el poder y disfrutar vidas de sultanes (para el tiempo en el que vivimos), nada más que eso, porque el tiempo pasa y pasa y todo va a peor, con unos y con otros.


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