"Que los bulos y las noticias falsas han existido siempre.

2024-08-11

 

Fake News

 

Los bulos siempre han existido: Se dice, incluso, que uno de los expertos en temas de bulos o desinformación se sitúa en la Segunda Guerra Mundial. Joseph Goebbels, quien fuera mano derecha de Adolf Hitler. Unos de sus “aportes” consistía: “Hay que hacer creer al pueblo que el hambre, la sed, la escasez y las enfermedades son culpa de nuestros opositores y hacer que nuestros simpatizantes lo repitan en cada momento”. Es decir, dar frases de tal forma que la gente piense que es su verdad. Y al hacerlo tantas veces como sea posible, pensará que lo es. ¿Qué significa esto?

Que los bulos y las noticias falsas han existido siempre.

Ahora, Internet y las redes sociales han fagocitado la explosión de las fake news. Hoy ya “presos” de una inteligencia artificial en plena expansión se han desarrollado los netbots, conocidos coloquialmente como bots, que son creados mediante algoritmos. Estos bots se clasifican en “malos” (o dañinos) y buenos. Los primeros, creados ex profesamente para difundir bulos y noticias falsas. Los segundos, bots buenos, nos ayudan, por ejemplo, a verificar la información. En muchos países existen distintas herramientas de bots creadas mediante iniciativas de investigadores, periodistas y otros expertos. En paralelo, surge un perfil profesional conocido como verificadores, que son personas expertas ayudadas por algoritmos y bots, ya que, dada la expansión de los datos masivos, no habría capacidad ni tiempo humano para verificar millones de noticias e información de la red.

En un tablero infinito, sin reglas ni límites, se está “jugando” una batalla en la que todos somos peones/receptores de información nada objetiva y sin filtrar, que nos condicionan de una manera u otra nuestras actuaciones. Primero, nos sitúan a un lado u otro del tablero, y seguidamente nos bombardean inoculándonos cualquier tipo de información que sin contraste alguno somos capaces de deglutir. Además, es tal el volumen de información, que nuestro cerebro entra en una catarsis robusta, haciéndose incapaz de analizar, racionalizar o tan siquiera priorizar. Solo grandes titulares impactantes de fácil absorción que atraigan toda nuestra atención. Ahí está la verdadera guerra, en ganar nuestro interés con un “material sensacional”, y dejar en un segundo plano lo que pudiera contravenir a quien se sienta al otro lado del tablero infame. Las noticias se van sucediendo a la velocidad de la luz, todo a granel, sabemos en un segundo la temperatura de hace en Burkina Faso (antiguo Alto Volta) como lo beneficioso que es comer un kilo de queso manchego al día. Todo esto sin entrar en el universo de estrellas rutilantes del TikTok que se pasan todo el día haciendo gilipolleces pensando que en poco tiempo se harán multimillonarios por la voluntad de los miles de followers que los idolatran, como Dioses que son.

Los medios de comunicación están atravesando una fase en la que se está cuestionando su propia existencia y se preguntan si continuaran trabajando bajo el modelo de periodismo del siglo pasado o bajo un periodismo nuevo e innovador. En este sentido, los medios están innovando en formatos y en tecnología, pero también deben innovar en la verificación de la información antes de ser emitida al público. Y en esa fase creo que están trabajando medios emblemáticos como El País y El Mundo, con noticias confiables por The Trust Project, que certifica que la información que publican ha sido contrastada.  La ciudadanía debería también recibir un plan de alfabetización digital y obtención de información de calidad en esta era digital que genera un trending topic no verificado en cualquier momento.

Existen también los llamados atajos cognitivos: por ejemplo, en el contexto del coronavirus, una persona inexperta en la cuestión tenderá a asumir más fácilmente una información como válida si cree que esta procede de un médico o un virólogo. En otros casos, entra en juego lo que en psicología se conoce como sesgos cognitivos. Por mencionar uno de ellos citaré el sesgo de confirmación, es decir, tendemos a asumir como verdadera las afirmaciones que refuerzan nuestras creencias preestablecidas, y como falsas aquellas que cuestionan las mismas.

Otra de las razones de la proliferación de los bulos podemos encontrarlo en la psicología evolutiva. Y es que, como especie social, el cerebro del ser humano está “programado” para tomar aquellas decisiones, o creer aquella información que refuerce los lazos con el grupo social del que nos consideramos parte, en detrimento de que estas estén sustentadas en una realidad objetiva.

Este mecanismo también funciona a la inversa, en algo que los psicólogos han venido a denominar la ignorancia motivada. 

Este concepto, el de ignorancia motivada, se fundamenta en que existen casos en los que el individuo se mantiene ignorante respecto a alguna cuestión debido a que los costes (cognitivos, sociales…) de tener ese conocimiento, sobrepasa a los beneficios. En su versión social, la ignorancia socialmente motivada, el concepto alude a aquellas personas que eluden adquirir un conocimiento que puede confrontar las ideas del grupo en el que conviven.

Cada vez tenemos más medios para saber y más dificultades para conocer la verdad.

Estamos ante una pantalla gigante de incertidumbre, frente a un tsunami de intereses ajenos que encubren la realidad, experimentando un empuje hacia el cinismo directamente proporcional a la fuerza del volumen de honestidad desalojada.

 Si Arquímedes levantara la cabeza, él mismo se ahogaría en este mar de caos donde la información excesiva nos marea, las mentiras navegan gratis, las posverdades se diseñan en los gabinetes de estrategias, los gobiernos prevarican sin coste, los periodistas traicionan sus principios, los ciudadanos prefieren el metaverso de su desconfianza individualista y las democracias naufragan lentamente después de todos los logros de la humanidad que las pusieron en marcha. Tenemos más recursos para almacenar titulares, registrar datos, recoger declaraciones y amontonar información inútil, y más dificultades para creer que saber la verdad nos hará libres, porque nos hemos hecho esclavos de un sistema en el que se multiplican las mentiras y el relativismo ha paralizado nuestra libertad de expresión y nuestro espíritu crítico.

La desinformación es un arma letal que polariza y envilece. Es un espray crónicamente pulsado que nos atonta, nos cierra las preguntas en falso, nos clausura la boca y nos atrinchera en el sofá, cada vez más aislados de un mundo que nosotros mismos podemos contribuir a redimir sin el permiso de nadie.


 

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